La obra literaria que más me ha fascinado últimamente ha sido la petición de indulto para el expresidente del PSOE y de la Junta de Andalucía José Antonio Griñán.
Y no ha sido exactamente por el texto en sí, que ni siquiera he llegado a encontrar, sino por la kilométrica, a la par que lisérgica, lista de firmantes. Supongo que ya son muchos más, pero en el primer bote emergieron con la solicitud de gracia para el condenado por corrupción nada menos que 4.000 individuas e individuos de los más variados pelajes.
Recitarlos todos uno detrás de otro daría para uno de esos maratones de lectura requetemuermos que coinciden con los aniversarios de Etxepare (uy, lo que he dicho), o Cervantes.
Sólo para que se hagan una idea, la descacharrante relación de notables incluye a Vicente del Bosque, Fernando Savater, el generalote de Podemos Julio Rodríguez, el blindado Rodolfo Martín Villa, los colegas de mi gremio con licencia para evangelizar Iñaki Gabilondo y Maruja Torres, el santo poeta de la izquierda fetén Luis García Montero y, cómo no, Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero, José Borrell, Javier Solana, Susana Díaz y otro porrón de colmilitones del tipo que estaba al timón cuando se consumó un pufo por valor de 700 millones de euros de las arcas públicas.
Cuando salió el avance de la sentencia ya les dije aquí mismo que no me hace especialmente feliz que ingrese en el trullo un señor en el ocaso la vida. Por lo que no paso, sin embargo, es por el timo de la estampita de las dobles y triples varas.
Si con el resto de los corruptos somos implacables no veo por qué Griñán merece un trato especial.