Menudo fiestón para los apóstoles del "cuanto peor, mejor". Ululan los titulares escandalosos relamiéndose de gusto que las urgencias están colapsadas por chopecientos mil pacientes afectados por lo que, con la creatividad onomástica habitual, hemos bautizado como "Tridemia", a saber, covid, gripe estacional y virus respiratorio sincital, que abarca -si no mienten los reportes- desde la joía bronquiolitis infantil hasta resfriados más o menos severos de personas adultas. Es decir, patologías que pueden dejarnos hechos un asquito durante cierto tiempo, pero que solo son realmente graves en unos casos muy determinados y/o en asociación con otras enfermedades o acumulación de factores de riesgo. Dicho pronto y creo que bien, que, haciendo precio de amigo, tres cuartas partes de los presuntos moribundos que colonizan los servicios de atención sanitaria básica no tienen la menor necesidad de pasar un congo de horas en una sala de espera atestada aguardando a que un galeno certifique lo que el sentido común, la propia experiencia y la sabiduría popular les debería haber dejado claro: que en la mayoría de los casos, estos trancazos duran una semana con tratamiento o siete días sin él.

No querer aceptar tan sencillo principio implica, además de una innecesaria pérdida de tiempo y de un encabronamiento gratuito, poner en riesgo la vida de personas que sí requieren una atención inmediata porque verdaderamente se encuentran a un cuarto de hora del otro barrio. Claro que esa insolidaridad egoísta que va siendo seña de identidad de los tiempos -a lo que escribí sobre los descuentos lineales en los transportes me remito- nos hace pensar que encabezamos el ránking de los agravios. Y ahí están para darnos la razón los politicastros y los medios amarillos que claman que el sistema no da para atender a los griposos.