Polideportivo

Pogacar no espera para meter miedo en el Tour

Yves Lampaert vence la crono en Copenhague, donde el esloveno, tercero, retrasa a todos sus rivales
Tadej Pogacar, en la crono de inicio del Tour en Copenhague

La canícula del julio francés, el sol incandescente, el asfalto que crepita, las brasas que queman los pulmones y el fuego que arde en las piernas, fue lluvia en la crono de Copenhague, Dinamarca, el Cabo Cañaveral del Tour. Su rampa de despegue amarilla. Los oráculos de la meteorología anunciaron la lluvia para el final de la tarde. Reaccionaron los equipos disponiendo a sus muchachos en las primeras horas para esquivar el suelo de espejo.

El cielo, caprichoso, enladrillado de gris marengo, ingobernable la naturaleza, quiso que lloviera también en ese tiempo. Regó el Tour, anegado de gentío en el país de las bicicletas, donde hay más bicis que habitantes. El rey de todo ese entramado, del universo ciclista, es Tadej Pogacar, al que ni la lluvia hace que encoja. Está hecho del material con el que se construyen los sueños. El del tercer Tour está más cerca. Se lanzó hacia él.

El esloveno mágico no venció la crono, que se la quedó el tremendo Yves Lampaert por un chasquido, por apenas media docena de segundos. Van Aert fue segundo. Pecata minuta para el esloveno. Pogacar pudo con el resto. También con el gigante Filippo Ganna. Pogacar derriba colosos y registros. No tiene límites. Es un David que se pone el Tour a hombros con pasmosa facilidad. Es la tormenta perfecta que no amaina. Imparable. El rayo que no cesa. El campeón que asusta.

HEREDERO DE MERCKX

Pogi, el heredero de Merckx, El Caníbal. Sereno, pizpireto y tranquilo antes de iniciar la liturgia de la crono, tomándose un café, se bebió el primer sorbo del Tour con la celeridad y la exuberancia de la juventud. Amargó al resto. Él mueve la cucharilla y gira la carrera en el sentido que quiere. A su antojo. Tintineó con la cucharilla, como pidiendo un momento de atención en medio de la algarabía de Copenhague, y desde el atril de quien se sabe el mejor, descerrajó un discurso nítido en medio de la lluvia. Esto es lo que hay. Palabra de rey.

Pogacar es el asesino con cara de niño. Implacable a pesar de ese aspecto de travieso y divertido querubín. El muchacho de Komenda es un cometa de fuego. El ciclista venido del futuro. Sabía lo que iba a ocurrir el esloveno. Es un visionario. Creció en la lluvia. Espumoso. El mejor champán. De menos a más. En el paso intermedio Roglic era más rápido que él. Eso no le impresionó. Repleto de confianza, en el final achicó a su compatriota. Le volteó. Otra vez. Le endosó nueve segundos. No es mucho pero es significativo.

LOS FAVORITOS, APRETADOS

Pogacar agarra la pechera del Tour desde el inicio. En el mismo tiempo se quedó Vingegaard, un segundo por delante de Roglic. El campeón olímpico contrarreloj no tenía intención de aflojar después de sus dos traumáticas experiencias en la esfera del reloj del Tour. En La Planche des Belles Filles le estallaron los adentros.

Perdió el Tour ante el meteorito Pogacar. El pasado año no pudo competirla. Repleto de apósitos el costado, vapuleado por una lacerante caída, Roglic era una momia. En Copenhague se arrancó aquellos recuerdos a tirones. El esloveno, seguro, consistente y veloz, marcó un gran registro. 15:33.

La primera línea en el horizonte del mar del Tour, cada vez con más oleaje en la capital danesa. Vingegaard se hizo grande. Le rebañó un segundo a Roglic. Pelean cada centímetro del liderato del Jumbo. El mayordomo quiere ser señor. Bicefalia. Gobierno de cohabitación. El danés, enfatizado por un muro de gente que le ondeaba, rodó de fábula por las arterias del callejero de Copenhague y mejoró a Roglic.

A los favoritos les estimuló la lluvia, tal vez para huir de ella. Geraint Thomas, campeón de la carrera francesa en 2018, sabe de qué van los cielos encapotados que lloran. Es galés. Thomas, uno de los jefes del Ineos, también agarró un buen tiempo. 15:42. Adam Yates, otro de los hombres del Ineos, concretó 15:40. El Tour se prensaba.

ENRIC MAS, CON RETRASO

Aleksandr Vlasov, el hombre sin bandera pero con piernas de acero, y un curioso verdugo en el rostro, no se inmutó. El ruso dibujó una gran actuación en un terreno que no es el suyo y se colgó de las manecillas con una buena marca, 15:48. A partir de ese registro, engordaron los retrasos. Ninguno como el de Enric Mas, cauteloso, tal vez en exceso. Mas perdió demasiado. Entregó 49 segundos en apenas a 13,2 kilómetros de trazado. No era la mejor señal. Obligado a atacar para pelear por el podio.

El tablero, resbaladizo, más si cabe en el asfalto de la capital, era un museo de pinturas rupestres de pasos de cebras, isletas serigrafiadas, líneas de carretera señalando el norte y pintadas animosas entre algunas curvas burlonas. El Tour balanceaba en precario equilibrio. Invocó a los especialistas, a rascacielos que dan pedales. Ganna, bicampeón del Mundo de la especialidad, arrancó del sillón a Van der Poel, que era quien gobernaba la tarde tras rebañar cada curva garabateando con los límites. Salvaje.

INESPERADO LAMPAERT

Pensaban en el primer amarillo, en el fulgor del comienzo, en el flashazo del amanecer. Van Aert partió con esa idea. El casco de Red Bull le dio alas. Se sentó en el trono, en la silla eléctrica, descontando el tiempo. Su registro parecía insuperable. Le arrebató la victoria el inopinado Lampaert. Pocos le esperaban. A Van Aert se le quedó cara de asombro. Con Pogacar, el insaciable que todo lo quiere, nadie se sorprende. Lo suyo es un clásico. Se enfatizó a medida que devoraba el trazado. No solo pretendía ser el primer rey del Tour, quiere ser el último. El único. Dictatorial, apuntaló lo que ya se sabe de él. Puso la primera piedra de su tercer Tour. El esloveno puso rumbo a París desde Copenhague. Pogacar mete miedo.

02/07/2022