Entre las tramas secundarias del culebrón de la investidura de Pedro Sánchez -esa que el interesado dice tener cada vez más cerca-, una de las que más me entretienen es la que protagonizan Sumar y Podemos.

Iba a decir "el cruce de bofetadas", pero en honor a la verdad, 99 de cada cien veces es la formación morada la que suelta el cóctel molotov dialéctico, mientras que los representantes oficiales de la coalición tienen que tirar de diplomacia y de extintor para evitar el incendio. Y lo peor es que, conforme avanza el calendario y se acerca la hora de la verdad, crece el grosor de las amenazas, las zancadillas y las invectivas.

Ayer mismo, Pablo Iglesias advirtió a Ada Colau de que sus palabras respecto a la formación que él fundó y parece seguir pilotando "tendrán consecuencias". Eso, después de achacar a la exalcaldesa de Barcelona dar muestras de "frustración autoritaria" y de regalarle esta otra frase con tufo a machirulina: "Debe intentar disimular su pulsión inconsciente". Como complemento, el otro Pablo enviado al olvido, Echenique, se mofaba de las veces que aparecen verbos en primera persona del plural del futuro simple en el acuerdo de coalición con el PSOE.

Más allá de estas muestras de inquina, lo más serio es que Podemos, y esta vez a través de sus portavoces oficiales, empezando por la secretaria general, Ione Belarra, llevan varios días amagando con que sus cinco representantes en la coalición no voten a favor de Sánchez. Al primer bote, no parece que se vaya a consumar la amenaza. No, por lo menos, en la investidura, pero sí vamos teniendo motivos para pensar que en la hipotética legislatura darán mucha guerra a su formación nodriza. Y más todavía si, como parece claro, Yolanda Díaz, que no es persona que se arrugue fácilmente, no atiende la insistente reclamación de mantener a Irene Montero como ministra de Igualdad.