Me permito corregir levemente el lema del acto del PNV en que se escenificó el relevo generacional. "Aquí comenzará todo", rezaban los carteles anunciando el más que emotivo encuentro que tuvo lugar el sábado en Landako Gunea, no sé si por feliz casualidad o con intención, el mismo marco que acoge desde hace unos años la Durangoko Azoka. Humildemente, yo añadiría un simple prefijo y diría, ya 48 horas después del evento, que "Aquí recomenzó todo". Un partido que va a cumplir en julio 129 años no parte de cero. Al revés, lleva a sus espaldas un sinfín de recomienzos, algunos verdaderamente traumáticos, como los que tuvieron lugar en el contexto de una guerra perdida y el consiguiente exilio o, más recientemente, el que siguió a la dolorosa escisión de 1986.

Por fortuna, en este caso, hablamos de un inicio que, en realidad es pura ley de vida. Sin más y sin menos, una buena parte de los miembros de una generación que, contra mil tempestades, han firmado una brillantísima hoja de servicio para el pueblo vasco ceden el testigo a una hornada de jóvenes y pujantes militantes jeltzales con sobrada preparación para afrontar un futuro que se presenta a rebosar de incertidumbres.
Y esa es la gran paradoja. Después de haber contribuido a normalizar el país, dejándolo en los más altos niveles de convivencia, cohesión, bienestar social, empleo y calidad de vida que se recuerdan -no hay más que mirar los respectivos indicadores para comprobarlo-, el PNV deberá medirse contra una fuerza que navega a favor de corriente y que hasta la fecha únicamente ha acreditado, con recientes y significativas excepciones estratégicas, su capacidad de destrucción en busca de un escenario de "cuanto peor, mejor". El populismo en otros lares de Milei o Trump es aquí el de la izquierda autotitulada soberanista. Y Pradales hizo el sábado un gran diagnóstico.