Cada vez seré más claro: para Estados Unidos tomar partido a favor de Ucrania contra el invasor ruso no es una cuestión ni de principios ni de solidaridad. Se trata, ni más ni menos, de un conflicto que está utilizando con frialdad y sin la menor empatía para su propio beneficio en la lucha por la hegemonía planetaria.

Lo hemos intuido con diversas actuaciones oscuras, aún no explicadas debidamente, y lo comprobamos ahora con la entrega al gobierno de Zelenski de bombas de racimo puestas en cuestión por hasta cien estados por su descomunal poder destructor, que afecta principalmente a la población civil.

Por fortuna, alguno de esos estados, empezando por el español, han manifestado su rechazo absoluto a la utilización de un armamento tan letal. Hasta el momento, solo Canadá y Reino Unido se han unido a ese rechazo. La Unión Europea, en su conjunto, que es quien debería fijar la posición común de nuestro lado del mundo, marea la perdiz, sin darse cuenta de lo nocivo que, a efectos de opinión pública, parece estar situándose en el mismo plano de crueldad que los agresores.

Y reconozco humildemente que en mi columna en los diarios del Grupo Noticias del pasado domingo cometí el error insoslayable de calificar como asesinato la muerte de Iñigo Cabacas cuando es público y notorio que ninguna de las actuaciones judiciales que se han llevado a cabo justifica tal denominación.

Comprendo que la Ertzaintza como institución, y muchos agentes, se hayan sentido ofendidos por unas palabras que simplemente jamás debí escribir. Y pido perdón por ello.