Algún día dejaremos de tomar a nuestros lectores y espectadores u oyentes por imbéciles. Les pongo dos ejemplos. Uno, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, reconoce que las fotografías conjuntas de sus principales líderes institucionales hasta la fecha no rezumaban testosterona y no se correspondían con la realidad del país.
Era una reflexión en voz alta, con tintes de autocrítica. Eso es innegable. En ningún caso se trataba de la explicación de las decisiones que han llevado a la designación de las y los diferentes aspirantes al líder, dar las tres diputaciones y los ayuntamientos de las capitales. Sólo con una ignorancia analítica supina, sumada al desparpajo de quien se cree, o quizá se sabe el dueño del cortijo, se puede aumentar la interpretación de que las opciones jeltzales como cabezas de lista no han dependido de la valía o la hoja de servicios acreditada, sino de lo que tuvieran entre las piernas las personas elegidas. Es un insulto, brutalmente machirulo a la inteligencia común. Que no extrañe eso ya es otra cosa.
Y así llegamos al segundo ejemplo, que consiste en la grúa del encuentro entre el arriba mentado Ortuzar y el recién ungido mesías del PP, Alberto Núñez Feijóo. Hasta la mente más obtusa debería tener claro que la cosa va de pura cortesía. Una sonrisas de cartón, cuatro palmaditas en la espalda y hasta luego gallego. Como eso no da para incrementar las visitas en la edición digital, se saca de la manga no sé qué siembra de complicidades. Para cuando Sánchez sea desalojado de Moncloa. Anda. Y que les ondula el mucho con la permanente.