Me inspira un gran texto de mi muy querida (y admirada) Marta Martín, ayer, en la última página del diario DEIA. Con justificada emoción, Marta recordaba a la veintena de periodistas que se han dejado el pellejo informando desde Gaza de la operación de venganza de Israel después de los siniestros ataques de los terroristas sin matices de Hamás hace ahora tres semanas. Terminaba su columna afirmando que cuando no haya voces de denuncia de lo que está haciendo el régimen hebreo, estaremos en una terrible página de la Historia, así, con mayúscula inicial.
Comparto el espíritu, desde luego, pero soy lo suficientemente mayor y cínico -Qué morro, Kapuscinski, el más cínico del gremio, diciendo que los descreídos de colmillo retorcido no servíamos para el oficio- como para matizar el mensaje. Rozando el tabú, empezaré poniendo en cuestión la cifra de plumillas apiolados. Otra vez estamos ante un número que alguien lanza al aire sin la menor posibilidad de verificación y que compramos al peso con los ojos cerrados quienes empatizamos con la causa palestina y tenemos un histórico (y justificado) paquete a Israel. Pero si uno saca a peso el espíritu deontológico que debería conducirnos, resulta que no tenemos media prueba de la veracidad de los datos. Pero, rascando, encontramos que el dato global se compone de una mezcla de reporteros reales y tipos y tipas con sesgo ideológico claro que, en el mejor de los casos, eran tuiteros o blogueros.
O sea, menos lobos y menos mitificaciones. En el México de los narcos consentidos por el pretendido gobierno progresista de Obrador son asesinados muchos más periodistas certificados que en la Franja. Y, por lo demás, solo puedo reírme cuando ciertas glorias de la corresponsalía bélica que informaban tirando de teletipo desde su cómodo hotel me venden ahora su moto heroica. Venga ya.