Desde el jueves pasado, busco infructuosamente que alguien me desmienta que la mayoría absolutísima de EH Bildu en Etxarri-Aranatz (10 ediles frente a uno de UPN) ha obligado a la familia de la víctima de ETA Salvador Ulayar a sufragar los gastos de limpieza de una pintada que ensalza a la banda que unos desalmados hicieron en su domicilio. Ni siquiera conociendo el paño de los jaleadores de los asesinos, me entraba en la cabeza la veracidad de semejante ignominia. Aunque solo fuera por disimular cuando en Iruñea, a media hora en coche de la localidad de Sakana, este jueves los votos de PSN, Geroa Bai y Contigo Zurekin volverán a hacer alcalde a un miembro de la coalición soberanista, la barbaridad podría haberse evitado. Sin embargo, no ha sido así, con lo que, a medio gramo de ética que le echemos al asunto, deberíamos reflexionar sobre hasta qué punto responde a la realidad la justificación del pacto en la capital navarra en la presunta normalidad y en los igualmente presuntos nuevos modos de Bildu.
Por desgracia, me temo que pincho en hueso. Todo lo que he hallado, incluso en el entorno que me es más próximo ideológicamente, es un silencio incómodo muy parecido al de los viejos tiempos, cuando nos autoconvencíamos de que denunciar los comportamientos viles era "hacer el juego a la derecha". Lo anoto, no con sorpresa, pero sí con disgusto, rabia e impotencia. Va quedando claro que hay determinados tabúes que, en nombre de la convivencia, manda narices, van a permanecer intocables por los siglos de los siglos. Luego se nos llenará la boca con la verdad, la reparación y la justicia, pomposos conceptos que solo aplicamos a las víctimas de nuestro lado, mientras que para "las otras" seguimos reservando, como vemos con el caso de la familia Ulayar, una tan vergonzante como ilustrativa mirada hacia otro lado.