El joven madrileño Salvador Méndez, de 28 años, ha dejado el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, donde malvivía desde hace casi tres años, para aceptar una oferta de trabajo como camarero de piso y alojamiento en un hotel en Asturias, en concreto, en los Picos de Europa, "un paraíso".
En declaraciones a la Agencia EFE, Salva explica que acudió al programa de televisión 'Espejo público' y un empresario de Asturias le ofreció trabajo como camarero de piso y aceptó.
Abandonó el aeropuerto madrileño el día anterior al comienzo de los controles de acceso de 21:00 a 5:00, franja horaria en la que Aena únicamente permite la entrada de viajeros, familiares y trabajadores para evitar que se agrave la situación de las personas sin hogar que pernoctan en Barajas.
Salva empezó en su nuevo empleo el fin de semana pasado. No conocía los Picos de Europa. Y está en proceso de adaptación a su horario laboral, de 8:00 a 16:00.
"Si tienes trabajo, tienes vida. Si no lo tienes, eres una mierda", asegura Salva, que se muestra "contento" con "el paisaje montañoso" que lo rodea, con los paisanos asturianos, que "son un amor", y con la gastronomía de la región, especialmente con el cachopo y el arroz con leche.
Prefiere no dar detalles de su localización porque ha recibido "amenazas" de gente que vivía en el aeropuerto porque ellos se sienten "abandonados", "decepcionados" y "acorralados", mientras que él ha conseguido "salvarse" y "escapar".
Se fue a vivir a Barajas en 2022, cuando dejó de tener ingresos como productor musical y DJ a consecuencia del coronavirus. "Perdí mi trabajo, perdí mi casa, lo dejé con mi pareja y caí en un agujero negro en el que veía que la propia salida era muy difícil", explica. Allí, se dedicó a "sobrevivir" y se dio cuenta de "las pocas oportunidades que se nos dan a las personas sin hogar".
En el periodo que pasó en la Terminal 1 estaba integrado en un grupo compuesto por un hombre de 50 años y otros dos de 70, que todavía siguen allí y que ahora por la noche si salen a fumar ya no pueden volver a entrar al aeropuerto. "Éramos como una piña. Nos apoyábamos día a día", asegura.
En general, pasaba el día en el aeródromo, donde los trabajadores le echaban una mano y le daban comida, pero recuerda que era "decadente".