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Landa se enmascara en la niebla del Picón Blanco

Enric Mas, que rascó tres segundos, tira de Miguel Ángel López, Roglic, Bernal y Landa en la cima del Picón Blanco, donde el triunfo y el liderato se lo llevó Rein Taaramäe. Foto: Photogomezsport/Movistar Tean y Efe
Enric Mas, que rascó tres segundos, tira de Miguel Ángel López, Roglic, Bernal y Landa en la cima del Picón Blanco, donde el triunfo y el liderato se lo llevó Rein Taaramäe. Foto: Photogomezsport/Movistar Tean y Efe

burgos – El hastío del secarral, los campos que deprimen, sin penachos verdes, se fue mitigando, como los dolores tardíos. Los que molestan más que duelen. La Vuelta viró hacia el vergel de Espinosa de los Monteros y su paraíso ciclista, un refugio y edén para la bicis que recorren las carreteras semiclandestinas y ajadas por un clima duro que agrieta la piel y encalla las manos. Las Merindades son un reclamo con sus montañas, donde la grandilocuencia se ausenta en los nombres, pero no en su dureza en una tierra apegada al pastoreo y la ganadería. En los valles pasiegos, en el rostro pétreo de sus montañas, emergen La Sía, Lunada y Estacas de Trueba. El balcón de Espinosa de los Monteros es el Picón Blanco, una cumbre que escarbó la mirada curiosa de Iñigo Cuesta, tantos años ciclista y magnífico explorador. Cuesta encontró un puerto magnífico que tiende a cerrarse con la capota de la niebla y al que le gusta el viento, colérico en ocasiones.

Se lo regaló a la Vuelta a Burgos en 2017. Un escenario rotundo. Trazas de clásico. En su cumbre izaron la bandera Mikel Landa, Superman López, Iván Ramiro Sosa, Remco Evenepoel y Romain Bardet. Un frontispicio de nombres ilustres para dar altura a la montaña. La puerta de entrada para la Vuelta la abrió Rein Taaramäe, que abrazó un triunfo sensacional en medio de la niebla, el telón húmedo que abrigó la cima, a 1.485 metros de altitud. El estonio encontró el cielo en la cumbre del viento y la niebla tras rematar la fuga por delante de Dombrowski y Elissonde. Antes cedieron Julen Amézqueta y Antonio Jesús Soto, formidables ambos. Taaramäe dominó la ascensión y desvencijó a Dombrowski y Elissonde. El estonio conquistó la cima y se puso la piel roja del liderato, que cedió Roglic en la tregua que firmaron los favoritos, más pendientes de la defensa que del ataque en una rampas duras donde el viento atizaba los rostros. "Tengo 34 años, he soñado muchas veces vestir un maillot así y ahora estoy muy feliz", subrayó, emocionado, Taaramäe.

Junto a Roglic entraron Landa, que cuenta con un equipo formidable, Bernal, Mas, que se adelantó unos metros, Yates y Miguel Ángel López. Carthy balbuceó y perdió 21 segundos. Carapaz también sufrió y contabilizó un minuto de pérdida. Bardet se dejó 29 segundos en la cima respecto a Roglic. Lo mismo que Vlasov. En el Picón Blanco, una base militar abandonada, hubo tregua entre los generales. Adiós a las armas. Nadie tomó riesgos en el primer contacto con la montaña. Evitaron el enfrentamiento. Si quieres la paz, prepara la guerra. Será más tarde. El paisaje después de la batalla fue un entente cordial. Guerra fría en la vieja base del ejército. "No llegaba con mucha confianza y he estado con los mejores. Mi objetivo era pasar estos días y ahora estoy más tranquilo. Estoy seguro de que voy a ir a mejor y ahora espero objetivos más altos", dijo Landa en la cumbre. El de Murgia, que se manejó con criterio y no arrugó el rostro, destacó la buena cara de Mas, López y Roglic en el Picón Blanco.

Julen Amézqueta (Caja Rural), Antonio Jesús Soto (Euskaltel-Euskadi), Taaramäe (Intermarché), Bayer (Alpecin), Dombrowski (UAE), Calmejane (Ag2r), Bol (Burgos-BH) y Elissonde (Trek) se alistaron a la fuga, que no dependía del cálculo ni del futuro. Los jornaleros viven el presente. Enroscados en los quehaceres diarios. Los jerarcas de la Vuelta, liderados por Roglic, miraron para otro lado porque luego no dejarían de clavar la vista en una subida siempre turbulenta y brava cuando abandona la vegetación y se expone al ulular del viento y las rampas que desmoralizan, que tocan el 18% de desnivel sin más referencia que una estrecha carretera que se cuelga del cielo. La fuga, bien empastada, se disparó entre la quietud de los nobles, refractarios a la quema de energía en una jornada en la que el viento achataba la nariz. Vía libre. En el pelotón nadie estaba dispuesto a malgastar pólvora el tercer día de competición porque las rentas, escasas, exigían demasiado esfuerzo para sostenerlas. Acumularon tanto tiempo delante, que la fuga, donde se jugaría la victoria del jornal, parecía una relojería. A Roglic, parapetado en su guardia de corps, no le generaba inquietud ni desazón prestar el maillot rojo. El resto de favoritos se arremolinó alrededor de la idea del líder, relajado entonces. Aparcado el alto de Bocos, en la fuga comenzaron las hostilidades. Calmejane agitó la coctelera a cada palmo entre carreteras que no concedían resuello. El resto de los fugados permaneció unido.

La ascensión adelgazó el pelotón, donde los favoritos se reunían en la sala de embarque de Espinosa de los Monteros. Un giro a la derecha para despegar hacia el Picón Blanco, territorio hostil. Juez y parte. La fuga paladeó el sufrimiento del primer puñetazo del puerto. Antonio Jesús Soto se desprendió del grupo, donde Amézqueta se sostuvo hasta que Dombrowski, Taaramäe y Elissonde le provocaron la asfixia en una subida repleta de ánimo. Los aficionados calentaron un puerto a cada metro incómodo. El viento, el frío y la niebla secuestraron la cabeza de la montaña, que apagó el sol y la estufa de agosto. La Vuelta cambió de clima. Se hizo fría. Taaramäe, que proviene de latitudes del norte, se calentó para vivir su sueño. Entre los favoritos, que siguieron el paso de Padun, el sherpa de Landa, que contemporizó la ascensión, nada se movió salvo el despunte de Mas a falta de 50 metros y la pena de Carthy, Bardet, Vlasov y Carapaz. El resto se presentó en el mismo fotograma. Landa se enmascaró en el Picón Blanco.

El apunte

L a marea naranja da color a la etapa

En el Picón Blanco. En la Vuelta del regreso del Euskaltel-Euskadi al primer plano, quiso la carrera posarse cerca del radio de acción de la afición vasca, tan proclive a desplazarse allá donde resople una competicón. El Picón Blanco sirvió como escenario para el peregrinaje de la marea naranja, que irrumpió con fuerza en las cunetas. Las camisetas naranjas dieron color a la montaña burgalesa, que asistió al oleaje de ánimos, gritos y entusiasmo de la afición vasca. "Muchas gracias a todos por los mensajes de ánimo y fuerza, sobre todo a la afición vasca!! Nunca defraudáis, es difícil expresar la sensación que se siente cuando paso por ese pasillo naranja con ikurriñas", escribió el ciclista del Euskaltel-Euskadi, Antonio Jesús Soto.

2021-08-18T07:02:01+02:00
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