Navarra

El saxofonista de jazz que suena en silencio

Iñaki Rodríguez, organizador del Pamplona jazz, hace que la música vibre en unos chalecos para que las personas sordas puedan bailar
Iñaki Rodríguez posa en la calle Estafeta.
Iñaki Rodríguez posa en la calle Estafeta.

Iñaki Rodríguez tenía 11 años cuando escogió su profesión: músico. Cada vez que escuchaba la canción del inicio de El equipo A cogía una raqueta de tenis a modo de guitarra eléctrica, pero confiesa que “en el conservatorio solo había guitarra normal y como me mordía las uñas no podía. Pensé en el piano y tampoco había plaza. Mi madre me sugirió el saxofón porque un amigo mío se había apuntado. Di en el clavo”.

Se pueden distinguir varias etapas en la vida de Iñaki, pero en todas ellas siempre ha sonado el mismo género de fondo: el jazz. La primera etapa se cierra en 2013, momento en el que publica su primer disco, Burbuja. En ese mismo año nace su hija Claudia, la protagonista de este sueño inicial. “La primera vez que vi una ecografía de ella parecía una burbuja. Me emocioné mucho y le escribí un tema con el que titulo al disco entero”.

La segunda etapa, a la que también se le puede llamar compás, comienza en 2018. A Iñaki se le ocurrió montar una asociación con la que “los jóvenes pudiesen aprender jazz desde una experiencia inmersiva junto con otros músicos profesionales del género”. Así surgió el Pamplona Jazz.

El proyecto contaba con cuatro brazos: master class, formación para los más jóvenes, conciertos e inclusión. “Lo hicimos tan a lo grande que formamos una big band de alumnado del conservatorio profesional y otra con alumnos de últimos cursos del conservatorio y algunos que habían acabado sus estudios superiores de jazz”. El objetivo principal era traer a músicos internacionales para que los jóvenes que no tenían la posibilidad económica o personal de salir de España se pudieran nutrir en este famoso género. “De esta manera tanto ellos podían tocar con músicos de primer nivel y también nosotros los profesionales que habíamos decidido quedarnos aquí”.

Iñaki recuerda con emoción el momento en el que Ilja Reijngoud, famoso trombonista, hiciera, además de una master class, un disco: “entablamos mucha amistad, pero llegó la pandemia y las cosas se complicaron. Un día me llamó para decirme que tenía mucha música escrita para la Big band y decidimos grabar un disco por medio de reuniones online”. “Creamos un disco muy bonito que costeamos con crowfoundings y ayudas del Gobierno de Navarra, pero no llegaba ni a la mitad de todo lo que costaba el proyecto”.

Música para sentir

El cuarto brazo del Pamplona Jazz nació en Sarriguren, en el concierto de su amigo Miguel Villar: “Había dos personas sordas y alguien que les hacía de interpreté. Me acerqué a preguntarles cómo sentían la música y me dijeron que a través de las vibraciones del suelo. Una persona le dijo a mi amigo que le tocara en la tripa y cuando lo hizo lo notó tanto que casi se echó a llorar”.

Iñaki pensó en ese momento que “con la Brass band hacemos mucho ruido”. De ese breve pensamiento surgió un taller que, de hecho, comenzaba así: los músicos de jazz tocaban los instrumentos delante de las personas sordas y se generaba “una energía que fluía, aunque para ellos en silencio, desde el instrumento hasta su cuerpo”.

En colaboración con ASORNA (Asociación de Personas Sordas de Navarra) y la Asociación Eunate (asociación de familias de personas con discapacidad auditiva de Navarra) hicieron un taller en el que “las personas sordas podían tocar los instrumentos con los músicos y podíamos compartir la música juntos, que es lo realmente importante”, asegura.

Uno de los grandes hallazgos durante esos talleres fueron los chalecos hápticos: “Empezamos a trabajar y pensé que sería chulo que sintieran las vibraciones de otra manera. Busqué por internet y descubrí que había chalecos hápticos, de los que se utilizan para videojuegos, que vibraban. Se me ocurrió junto con Hilario Rodeiro, pero al principio fue incómodo porque había que conectarlos con cable a una mesa de sonido. En ese momento pensamos que sería conveniente encontrar un sistema inalámbrico que enviase una señal. En ese taller ellos trataron de emitir la voz y casi lloraban porque nunca lo habían sentido de esa manera”.

La última actividad fue un taller con las bailarinas de lindy hop swing: “hicimos un concierto de un cuarteto de jazz con las personas sordas con chalecos y dos profesores. Ellos podían sentir el tempo y los profesores lograron enseñarles los pasos básicos del swing”.

La inclusión no solo llegó a las personas con discapacidad auditiva. Durante tres meses los chalecos llegaron a Elizondo, a una residencia en la que los más mayores hicieron paraguas de Nueva Orleans al ritmo de las vibraciones del jazz. Al final, hicieron dentro de la residencia un concierto: “los más mayores bailaban con los chalecos y los paraguas mientras las familias lo veían desde fuera porque todavía era pandemia”, comenta el músico.

Cuando la asociación cerró, los chalecos se donaron a las asociaciones que estaban destinadas porque, tal y como afirma Iñaki, “todas las personas que sean diferentes tienen derecho a la música”. De esta manera, Iñaki, saxofonista desde los 11 años, ha logrado que el jazz se mueva entre el silencio.

2023-07-18T18:56:04+02:00
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