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Las Claves de Javier Vizcaíno
Hoy se cumplen 25 años redondos de la firma del pacto de Lizarra-Garazi. Lo recuerdo sin atisbo de nostalgia porque, aunque el principio de aquel amplísimo acuerdo estuvo lleno de esperanza y diría que hasta de ilusión, su transcurso y su final fueron la enésima crónica anunciada de un fracaso.
25 años del acuerdo de Lizarra
Hoy se cumplen 25 años redondos de la firma del pacto de Lizarra-Garazi. Lo recuerdo sin atisbo de nostalgia porque, aunque el principio de aquel amplísimo acuerdo estuvo lleno de esperanza y diría que hasta de ilusión, su transcurso y su final fueron la enésima crónica anunciada de un fracaso.
Por supuesto, fue ETA quien lo reventó después de haberlo envenenado sin que sus terminales políticas hicieran absolutamente nada para impedirlo. Fue un anticipo, otro más, de lo que, andando los años, volveríamos a ver con la demolición, de nuevo por parte de la banda, de los acuerdos de Loiola.
En ambos casos, los de las bombas y las pistolas, que temían que un escenario sin violencia los dejaría sin protagonismo, se impusieron sin contemplaciones (e insisto, sin resistencia) a quienes teóricamente abogaban por las vías que llamaban pacíficas. Ahí se vio quiénes eran los patrones y quiénes, los marineros.
Con ese desarrollo y ese desenlace, me ha resultado llamativo que, al cumplirse el aniversario, Arnaldo Otegi le haya quitado el polvo a aquel fiasco y proponga recuperar "el sentido y la orientación de lo que supuso aquella declaración". Nadie mejor que él sabe que hoy sería del todo imposible una confluencia semejante de siglas, ideologías, sensibilidades y maneras de entender la política y el país. Por lo demás, y aquí tenemos una paradoja sobre la que algún día quizá nos atrevamos a reflexionar, en el cuarto de siglo que ha transcurrido desde entonces, la tensión soberanista se ha reducido en Euskal Herria hasta límites que en aquellas fechas no hubiéramos sido capaces de imaginar.