Se llamaba Lukas Agirre, era natural de Hernani y tenía 24 años. Como tantísimos otros jóvenes salió a pasárselo bien en Nochebuena, pero no volvió a casa. A la salida de una discoteca donostiarra le propinaron varias cuchilladas y su cuerpo sin vida quedó en la plaza Okendo.
Se sabe que hay tres personas detenidas por el asesinato y se habla de una violenta pelea entre dos cuadrillas. El resto ya es especulación y chismorreo. Como ya es habitual, los pescadores de río revuelto de una y otra orilla intercambiaron bilis acerca del origen autóctono o foráneo de los agresores.
Ni nos damos cuenta de la brutal perversión. Unos buscan a toda costa señalar la culpabilidad de alguien de origen extranjero y los de enfrente celebran que los asesinos sean locales. En ambos casos porque ven confirmados sus prejuicios y pueden exhibirlos a modo de teoría irrefutable. "Los malos vienen de fuera" o "los malos son de aquí".
Así es como lo que menos importa es la víctima, su familia y sus amigos. Así es como perdemos también de vista lo fundamental. Primero, que se ha segado injustamente una vida joven. Segundo, que hemos normalizado este tipo de hechos que han dejado de ser episódicos para constituirse en categoría,
Casi a la misma hora en que mataban a Lucas en Donostia, otro chaval resultó herido grave al ser apuñalado en Bilbao en circunstancias calcadas. Es el siniestro pan nuestro de cada fin de semana.
Por toda respuesta nos echamos las manos a la cabeza, decimos que es una desgracia o si hay que poner una esquela convocamos una concentración de repulsa. ¿Qué tal intentar algo para evitarlo?