Bizkaia

Urbanitas que se dejan 'llevar al huerto'

No tiene pinta de “aldeana”, pero, cuando no va al gimnasio, Mertxe se calza las botas y empuña la pala para abonar su huerta. Al igual que esta profesora bilbaina, Francisco ejercita sus lumbares plantando hortalizas y Mikel se ha dado de baja
Mertxe Revilla acude con la carretilla en busca de abono para su huerta, una parcela de 100 metros cuadrados que alquila por 50 euros al mes en Erandiogoikoa.
Mertxe Revilla acude con la carretilla en busca de abono para su huerta, una parcela de 100 metros cuadrados que alquila por 50 euros al mes en Erandiogoikoa.

¿Qué tienen en común una profesora de Bilbao, un carpintero metálico de Las Arenas y un periodista de Sopela? Que los tres, una vez jubilados, se han dejado llevar al huerto. En el sentido más literal de la expresión, ya que han alquilado una parcela donde ejercitan las lumbares plantando puerros, tirando de carretilla o quitando malas hierbas con la azada. “Los días que no voy al gimnasio, vengo a la huerta”, dice Mertxe Revilla, docente que, a sus 63 años, cultiva verduras para su autoconsumo y flores y plantas aromáticas por puro placer. “No tengo mucha pinta yo de aldeana. Fuera de mi círculo sí que puede sorprender”, reconoce ahora que ya le ha cogido el truco a los guisantes, que el primer año se le resistían.

Ahora mezclo más verduras y he aprendido que puedes echar hojas de lechuga al puré

Mertxe Revilla - Profesora de Bilbao

A Mertxe le empezó a picar el gusanillo de ver crecer las lechugas cuidando el huerto escolar del colegio de Basauri donde trabajaba. Poco antes de jubilarse, a los 60, hizo sus pinitos en una parcela que alquiló con una amiga en Gorliz y hoy día ella se lo planta, ella se lo come en un terreno en Erandio. “Desde que tengo huerta, mezclo más verduras. Llego a casa con dos berenjenas, cuatro pimientos y tres tomates y miro en internet o en algún libro de cocina. He aprendido a hacer platos, como una caponata italiana, y que puedes echar hojas de lechuga, que antes pensaba que solo se comía en ensalada, con otras cosas para hacer puré”, cuenta. También ha descubierto, rumbo a su oasis hortícola, “un montón de carreteritas y caseríos donde te venden huevos y verduras y cooperativas agrícolas que tienen productos excelentes, desde patatas y aceite hasta bacalao. Estoy conociendo otro mundo y está cerquísima de Bilbao”, dice asombrada.

Mertxe Revilla no riega ni abona mucho porque prefiere que “las verduras estén ricas a que sean grandes”.

Mertxe Revilla no riega ni abona mucho porque prefiere que “las verduras estén ricas a que sean grandes”. Jose Mari Martínez

Una parcela de unos 100 metros cuadrados se puede alquilar por entre 50 y 70 euros al mes. “Tienes una toma de agua para regar, abono y las herramientas. Yo pongo el trabajo y las plantas, que las compro pequeñitas, pero ya hechas. El semillero es un arte, no se me da nada bien”, confiesa. Con esas mimbres y “los consejos” que le dan los vecinos de plantación, recolecta la cosecha suficiente para llenar la despensa. Orgullosa de sus puerros, calabazas, berzas, habas y lechugas –“a mis sobrinos les gustan mucho”, dice–, Mertxe no tira la azada al primer fracaso. “Las alcachofas se me dan muy mal, pero siempre las pongo, nunca me rindo”, confiesa. La menestra se completa con zanahorias, coles de Bruselas, brócolis, espinacas, fresas, ajos... Un poco de todo que va creciendo y marchitando a su ritmo. “Aunque las plantas estén feas, si siguen dando frutos, las dejo hasta que se mueren”, comenta.

La misma paciencia tiene con la fauna que se sirve, sin permiso, de su menú. “Los insectos, los topillos y los sagutxus de campo estropean mucho. Como no suelo echar nada químico, es la lucha contra el mundo animal. Los gusanitos y caracoles los quito a mano, pero se comen bastante. Hay gente que dice: Hay que plantar tres para ti y uno para los pajaritos. En fin, hay que compartir”, asume, aunque no por ello deja de intentar combatir el pulgón regando o echando jabón potásico.

Te relaja, te encuentras bien, haces ejercicio... En casa estás abotargado, yo necesito moverme

Francisco de Dios - Carpintero metálico de Las Arenas

Hija y nieta de dos mujeres que trabajaron en el campo y siempre han tenido plantas ornamentales en casa, Mertxe parece haber heredado su buena mano. “A mi madre le encanta venir a la huerta conmigo. Casi no puede hacer nada, pero intenta quitar unas hierbitas y me critica”, bromea. Su sobrino la ayudó a abonar todo el terreno, a su hija “antes le gustaba la huerta, pero ahora está missing” y un hermano y una cuñada se la riegan en verano. “Normalmente no hace falta, pero como este año ha sido tan seco, vinieron y la huerta ha sobrevivido. Si no, con el calor que hacía...”, recuerda esta horticultora amateur, que no es de regar ni abonar mucho, como la gente. “Prefiero que las verduras estén ricas a que sean grandes”, aclara y revela que “hay huertas que están descuidadas, llenas de hierba. Como el gimnasio, que pagas y no vas”.

Francisco de Dios hace un descanso durante su jornada matinal en la huerta que tiene en Erandiogoikoa.

Francisco de Dios hace un descanso durante su jornada matinal en la huerta que tiene en Erandiogoikoa. Jose Mari Martínez

El que no falta a su cita matinal con las verduras, salvo que llueva, es Francisco de Dios, un carpintero metálico que, a sus 74 años, mantiene la que ha sido la primera huerta de su vida a raya. “Cuando te jubilas no vas a estar todo el día sentado. Conocía a gente que tenía huerta, estaban contentos y me animé”, explica. Enseguida le cogió el tranquillo, porque “esto tiene las letras muy gordas”, y no se arrepiente de su decisión. “Te relaja, te encuentras bien, haces ejercicio... En casa estás abotargado, yo necesito moverme y la mejor forma es esta”, asegura. No es el único que ha debido llegar a esa conclusión. De hecho, “el 80 o 90% son jubilados. Uno, con 18 o 20 años, no tiene una huerta”.

Entre el ir y venir y el alquiler de la huerta, no es rentable. Te sale el puerro a 14 euros

Mikel - Periodista de Sopela

Dependiendo de la temporada, Francisco planta “un poco de todo”. “Para uno solo es mucho, siempre se da algo a los hijos”, señala. Y lo deben de recibir con la boca abierta porque se nota “la diferencia” con respecto a lo que se compra. “Ten en cuenta que esto es natural y lo que se vende en tiendas es artificial. El sabor es distinto”, argumenta. El precio, también, pero, lejos de lo que se pudiera pensar, el autocultivo sale más caro. “¡Qué vas a ahorrar!, al contrario. La huerta te cuesta 50 euros y, entre abonos y plantas, te puedes gastar otros 100. Ahorrar nada, gastar”, recalca este hombre, al que nadie en la familia le echa un cable. “Encima, broncas, porque paso aquí mucho tiempo”, confiesa.

Mikel, periodista jubilado de Sopela, acaba de dejar la huerta que ha plantado dos temporadas en Gorliz, donde también tenía apadrinadas dos gallinas que le daban una docena de huevos a la semana. Todo por “sesenta y pocos” euros al mes. “La huerta me gusta, pero es un poco esclavo, porque también me gusta viajar, andar en bici...”, explica, feliz de haber hecho este “máster de horticultura”. “Ha sido un aprendizaje y un entretenimiento bonito. Si el día de mañana encuentro un terrenito cerca, me podría manejar”, dice Mikel, que ya sabe que hay que escalonar la siembra porque “si plantas 20 lechugas a la vez, luego te las tienes que comer o regalar”. Ya sea porque el anterior había dejado la tierra abonada o por la suerte del principiante, el caso es que la primera cosecha fue “estupenda”. Este año plantó “con la misma ilusión, pero hizo tanto calor...”. A quien se anime le avisa de que, entre “el ir y venir y el alquiler, no es rentable”. “Te sale el puerro a 14 euros”, bromea.

2022-12-10T06:14:02+01:00
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