Fuera de Gipuzkoa, Harkaitz Millán era un político prácticamente desconocido. En las últimas horas, su nombre ha trascendido el territorio. Por desgracia para el aludido, no para bien.
Su relieve se ha debido como ocurre tantas veces a un comportamiento no muy edificante que ha supuesto el fin instantáneo de su carrera pública.
Lo bueno para él es que somos de memoria débil y pronto se nos irá de la cabeza que hubo un diputado de Cultura que, confundido por la noche, protagonizó un incidente desagradable en un local de marcha donostiarra.
Respecto a los hechos concretos, dudo de que los conozcamos en detalle, pero fueron lo suficientemente graves para que devinieran en una denuncia contra él por atentado a la autoridad.
A partir de ahí, los siguientes pasos eran de carril. Renuncia inmediata con la cabeza gacha y reprobación de su conducta sin paliativos por parte de su partido, el PSE, y la Diputación de Gipuzkoa.
El borrado de su cuenta de twitter era otra consecuencia casi inevitable como, quizá también la entrevista confesión a una periodista de confianza. Un buen trabajo el de la compañera, por cierto.
Sobró por parte de Millán deslizar que quizás le pudieron haber echado algo en la bebida. En todo caso es una reacción muy humana. Cuesta mucho admitir que se ha tenido una mala noche y que la consecuencia inevitable es el abrupto final de una carrera política que todavía tenía recorrido.
No es fácil escarmentar en carne ajena, pero este caso quizás podría servir como recordatorio de la inconmensurable levedad del ser y de lo fácil que es perder un cargo por un rato tonto.