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Las Claves de Javier Vizcaíno
Hace tiempo que dejé de mostrar el dedo corazón cuando se me tachaba, a modo de insulto, de equidistante.
Una injusticia es una injusticia. Y punto
Hace tiempo que dejé de mostrar el dedo corazón cuando se me tachaba, a modo de insulto, de equidistante. Y mucho antes, me había abstenido de tratar de explicar que denunciar las injusticias independientemente de quién o quiénes las cometan no es situarse en la posición más cómoda, sino más bien lo contrario. Unos y otros acaban bañándote de sapos y culebras y señalándote, a veces como cobarde, a veces como traidor. O, ya puestos, como lo uno y lo otro.
Lo que me sorprende a mí mismo es que, aunque ya me sepa de memoria la coreografía por haberla vivido ene veces al cubo, sigo siendo incapaz de comprender ese trozo de la condición humana que parece obligarnos sistemáticamente a escoger un bando y no ser capaces de ver más que las barbaridades que cometen los de enfrente. Por poner el ejemplo más desgraciada y dolorosamente reciente, no me entra en la cabeza por qué no se puede condenar (o rechazar, me vale igual el verbo) con todas las fuerzas los atroces ataques de Hamás sobre la población civil israelí y, acto seguido, expresar la más contundente repulsa sobre las matanzas hebreas de respuesta contra la población civil palestina.
Pues parece que no es posible. En el mejor de los casos, nos encontramos con voces tibias que, después de haber reconocido que no están bien estos o aquellos ataques, recurren al inevitable "pero es que". Sin solución de continuidad, llegan las justificaciones de la barbarie, en función de quién la haya perpetrado. En este caso, para buena parte de los que defienden la causa palestina, toda la culpa es de Israel, incluso sin distinguir entre autoridades y ciudadanos. Y en el otro lado, el de los proisraelíes, encontramos idéntica refracción a razonar: no hay más culpable que Palestina, por supuesto, también sin distinguir entre organizaciones y ciudadanos. Y el dolor no cesa.