Sonreí al escuchar a Arnaldo Otegi citar el diccionario de María Moliner como fuente de autoridad. Como rendido admirador que soy de la figura y la obra de la lexicógrafa a la que el machismo rancio negó su lugar en la RAE, solo puedo alabar el gusto del líder de EH Bildu. Y su astucia, porque es rigurosamente cierto lo que dice: para Moliner, rechazar es sinónimo de condenar. Ahora que no nos lee nadie, les diré que este humilde tecleador también suele sostener que, con sus matices, ambos verbos vienen a significar lo mismo. De igual modo, no tengo el menor reparo en aceptar otras fórmulas como reprobar o, torciendo un poco la nariz porque me suena a tópico con naftalina, "mostrar repulsa", que viene de repeler, otro posible vocablo que podría servirnos.
Ya que hay varios y, quienes escribimos o hablamos solemos tener necesidad de no repetirnos, la diversidad nos viene estupendamente. Por lo demás, la acción de la que estamos hablando tiene más que ver con la intención y la sinceridad a la hora de expresarse. Si de verdad algo te parece digno de denuncia, tanto da decirlo de esta manera o de la otra. Entonces, ¿por qué llevamos tantos años tirándonos la semántica a la cabeza? Apunto como primera hipótesis la que se señaló en el editorial de este mismo diario: porque no se trata de una cuestión de lingüística sino de ética. Y ahí no todo el mundo puede presentar la misma bibliografía.
Por lo demás, el propio Otegi nos acaba de situar en el camino de terminar de una vez por todas con la gresca de los desmarques en los comunicados. Si, según dice, María Moliner en mano, rechazar es lo mismo que condenar, no veo por qué en la próxima declaración conjunta que se le proponga, EH Bildu no acepte el verbo maldito. Para ser justos, el resto de partidos no debería poner objeciones a rechazar o reprobar. Es solo una idea.