EVAU con v, EBAU con b, EAU... ni siquiera tenemos una forma homogénea de denominar a la prueba que determina el paso de la enseñanza media a la superior. No me pondré viejuno cuando digo que era mucho más fácil cuando denominábamos al invento como selectividad, pero confieso que ganas no me faltan. Y de inmediato añado que aquel sistema manifiestamente mejorable para determinar quiénes podían acceder al olimpo educativo le daba ciento y mil vueltas al invento actual.
Porque entonces lo normal es que palmaran un congo de los aspirantes, sobre todo en la primera convocatoria, y que salvo en el caso de los cerebritos acreditados, lo normal es que la nota media estuviera rozando el aprobado raspado.
Con el 7 pelado que saqué yo, porque dejé en blanco el examen de griego, eras capitán de marina y te ganabas la admisión inmediata en la inmensa mayoría de carreras.
Hoy, sin embargo, con eso no llegas ni a que te tengan en cuenta en el proceso de selección de personal de una pizzería. La inflación galopante no solo afecta a los alimentos, también ha llegado a las presuntas pruebas de madurez.
Como acabamos de conocer en la Comunidad Autónoma, el índice de aprobados ha superado el 98%. De los 12.049 alumnos presentados solo han palmado 232, que tendrán una segunda oportunidad a principios de julio.
¿Dónde está la trampa? Pues que en una buena parte de los aprobados su nota media no les servirá para nada. Aún hinchada, queda por debajo de lo que se exige para ingresar en la mayoría de carreras. Lo tremendo es que, después de años y años repitiendo la misma majadería, sigamos sin buscar una alternativa a un método totalmente inservible.