Califiqué ayer aquí mismo como "un acuerdo feliz" el que habían alcanzado, casi al filo de la campana y contra los pronósticos de escépticos y tiñosos, PNV y PSOE… o viceversa. Frente a los maledicentes y odiadores de aluvión, no se trataba de la succión reglamentaria de un columnero ideológicamente cercano a Sabin Etxea, sino de un análisis objetivo y objetivable del puñado de compromisos arrancados por los jeltzales al inveterado sablista Pedro Sánchez a cambio de los votos decisivos para su investidura. Y recalco lo de decisivos, casi sonrojándome, porque algunos profetas de mi oficio al servicio de la formación que regaló sus votos a cambio de nada pontificaban que a Ortuzar y Esteban no les quedaba otra que inclinar la testuz y aceptar las migajas que les echara Sánchez a cambio de un sí obligatorio.
Bueno, pues ya hemos visto que los pelendengues treinta y tres. Allá donde los otrora irredentos que consideraban alta traición siquiera ocupar los escaños en el Congreso apoyan sin contrapartidas al jeta simpático que los entrullaría si se dieran otras circunstancias, los pastueños jeltzales le han arrancado al tipo un puñado de compromisos de mucha enjundia. Algunos, no seré yo quien lo niegue, ya contemplados en anteriores negociaciones e incumplidos con el desparpajo que es marca de la casa del fulano sin principios que va a seguir durmiendo en La Moncloa. Pero en la lista del acuerdo figuran otras cuestiones que, nada más que por el hecho de ser consignadas negro sobre blanco, implican un paso de pantalla que no se había dado hasta la fecha. Hablamos de la gestión de la Seguridad Social, de la prevalencia de los convenios vascos, de las acciones para evitar las jodiendas judiciosas al euskera o del reconocimiento de la nación vasca en un nuevo estatus. Ahí te quiero ver, PSE.