Polideportivo

Pogacar acaricia su tercer Tour

El esloveno, descomunal, se exhibe en Saint-Lary-Soulan y resquebraja la resistencia de Vingegaard, a dos minutos en la general
Tadej Pogacar, pletórico, en busca de la victoria.
Tadej Pogacar, pletórico, en busca de la victoria. / Efe

Mentía con descaro Tadej Pogacar, abrazado con devoción por Mauro Gianetti, jefe del equipo, tras su enorme logro en Saint-Lary-Soulan, arropado por Joseba Elgezabal, su masajista, cuando dijo que sería conservador en los Pirineos.

Engañó a todos con su discurso, pero era imposible boicotearse así mismo. Iría contra natura. Los hechos son irrefutables. El esloveno tiene la necesidad de ser valiente, osado y flamígero. Le hierve la sangre. Es su instinto.

No se entiende de otra manera al líder, que acaricia su tercer Tour tras una exhibición metahumana. La enésima. Levitó Pogacar, de amarillo, el hombre que todo lo puede. Una alucinación. Un show.

“Quería dejarle la etapa a Adam, pero el instinto me ha dicho que podía sacar una ventaja”, dijo el líder. El sol del Tour derritió las alas del resto. El esloveno juega a ser Dios. Batió en más de dos minutos el récord de subida establecido por Lance Armstrong.

Pogacar es un volcán que escupe lava y todo lo destruye a su paso. Estrategia de tierra quemada. Rostro de querubín, mechones traviesos, fuerza de Sansón, se coronó en la cima con 39 segundos sobre Jonas Vingegaard y más de un minuto respecto a Remco Evenepoel. Podio ordenado. Pogacar y el resto. El esloveno corre contra la historia. Contra sí mismo.

Pose de Pogacar en meta.

Pose de Pogacar en meta. Efe

Sumó su 80ª victoria. La 13ª en el Tour. Tiene 25 años. Su calor, su onda expansiva, quebró la resistencia estoica del danés, vulnerable en el primer duelo de los Pirineos.

Le arrancó la máscara el esloveno volador con uno de esas arrancadas de bólido, empujado por una turbina de ambición. Al danés le falta ese reprís que se quedó en la curva maldita de Olaeta. "No doy el Tour por terminado", expone.

A pesar de esa carencia, de no ser quién es en realidad, mostró su piel de campeón. Honra su legado. La del último rey del Tour. Pogacar, con una ventaja próxima a los dos minutos, 1:57, tiene la Grande Boucle a una semana. Desde las alturas de los Pirineos imagina la Costa Azul, que desea pintar de amarillo en Niza.

Pogacar domina la carrera. La tiene en su bolsillo salvo sucesos extraordinarios. Aplacada la subida de la marea de Vingegaard, encapsulado, el líder disfruta de las mejores vistas. Su mayor preocupación puede ser el covid, que continúa sumando bajas en el pelotón.

Pogacar no es ajeno a esa amenaza. Controlado el danés, descascarillado Remco, a 2:20 en recuento, el líder se frota las manos. Extasiado por la jugada maestra en el tablero pirenaico. Jaque al rey Vingegaard.

Tras varios peones, lanzó al alfil Adam Yates cuando restaban 7 kilómetros para la corona. Era el anuncio de su un movimiento letal. La cima quedaba a cuatro kilómetros cuando Pogacar se detonó. Deflagración. Vingegaard asomó, pero comprendió que no podría sostenerse ahí.

Era inmolarse. Por un momento el pulso se balanceó sobre los 10 segundos. Conectó el esloveno con Adam Yates, que le empujó. A partir de ahí, la distancia que comenzó siendo una grieta fue una falla. La desconexión entre dos continentes que tanto han chocado. De dos mundos. Una colisión que arrancó en el Tourmalet.

Vingegaard, sufriente en meta.

Vingegaard, sufriente en meta. Efe

El Tour se prendió de aquella montaña temible en 1910. Un periodista de L’Auto, Alphonse Steinès, colaborador de Henri Desgranges, el director del diario que inventó la carrera más famosa del mundo, se aventuró a explorar la subida, ignota entonces.

Steinès se adentró en los Pirineos en un Mercedes con chófer. Ascendieron por una ruta impracticable. A cuatro kilómetros de la cumbre les paró un puño nieve.

Steinès, narcotizado por aquella visión, decidió adentrarse en otra dimensión. Le pudo la curiosidad. Así progresa el ser humano. Descubrió un templo para el ciclismo. Un pasaje para la historia. Fascinado frente a su hallazgo, que en realidad fue una penosa y miserable aventura, envió un telegrama a Desgranges. Le embaucó.

Mintió con entusiasmo. La fantasía como cebo. Como Pogacar. “Tourmalet atravesado. Stop. Muy buena ruta. Stop. Perfectamente practicable. Stop. Firmado, Steinès”. Steinès mintió. Octave Lapize, en 1910, fue el primer ciclista en atravesarlo. Posó su nombre en la montaña mágica.

Conquistó la cima del Tourmalet, que fue la lanzadera para hacerse con la victoria final. "¡Asesinos!", gritó a los oficiales de carrera que le esperaban en la cima del Col du Tourmalet. "¡Vosotros sois los asesinos!" Acusó a los organizadores de asesinos por la dureza extrema de la etapa. El Tour se había inventado un mito, un tótem, una cima para la eternidad, la morada de los dioses. Pogacar camina hacia esa senda.

Oier Lazkano, el primero en pasar el Tourmalet.

Oier Lazkano, el primero en pasar el Tourmalet. Charly López / A.S.O.

Lazkano, el primero en el Tourmalet

Los gallos le tomaron la medida al Tour en la base de la montaña. La fuga, con Oier Lazkano, desbrozó el paso marcial y acelerado en las entrañas de los Pirineos. De nuevo propagado el fuego camino de la cima que coronó en tres ocasiones Bahamontes, el Águila de Toledo. Pogacar ordenó un paso allegro ma non troppo a sus fieles.

No quiere ser el esloveno víctima de su propio personaje, del rock star siempre osado, valeroso e intrépido que respira por y para espectáculo a cualquier precio. Excesivo, barroquismo atacante en ocasiones. Vingegaard, menos derrochón, más precavido, pero colosal, absorbe la energía que se deja el esloveno. Eso le nutre.

El danés, paciente, calculador, juega al ajedrez, mastica. Pogacar, voraz, prefiere la diversión de las damas. La velocidad del aquí y el ahora. Dos maneras de entender el mundo, el Tour. Hambrientos de gloria ambos. El Tourmalet lo subieron ambos en carroza. No tuvieron que gritar “¡Asesinos!”. Tal vez lo pensaran.

La leyenda de la gran montaña pirenaica, cosida al corazón del Tour, arengaba la osadía de Oier Lazkano, tallaje de Miguel Indurain. Hizo suyo el Tourmalet. Una muesca más para el gasteiztarra, que subió a bocados entre rectas que exclaman al cielo, curvas que retuercen el cuerpo y laderas que festejan el esfuerzo. No para de crecer Lazkano, hombre Tour en su bautismo.

En el descenso palmeó la niebla, los dorsales, estrellas fugaces, meteoritos a más 105 kilómetros por hora se lanzaban hacia el encuentro con Hourquette d’Ancizan (8,2 kilómetros al 5,1%).

Los fugados se reunieron. En la sala de espejos de los jerarcas, las miradas se ocultaban en las pantallas, en las mascaras que cubren los rostros. El de Oier Lazkano no se puede ocultar. Le gusta dar la cara. No se esconde. Imposible. Sobresaliente.

En la segunda montaña, se debilitó la fuga, cuentas de un disperso rosario. El UAE continuaba afinando el diapasón bajo el sol que se inmiscuía entre la foresta. Enric Mas, alma en pena, se quedó colgando del anonimato prensando por el resplandor en la hierba. Un paraje bello en otra escena cruel. Los contrastes del tomavistas de la vida. La belleza para soportar el dolor.

Ataque de Pogacar

Lazkano disfrutaba de su aventura con Gaudu, Kwiatkowski, Healy y Meintjes en la bisagra de Hourquette d’Ancizan. En el descenso, veloz, tensaron los guardianes de Pogacar. Vingegaard estaba con ellos. Lo mismo que Evenepoel, cuidado por el magnífico Mikel Landa, sexto en la general. Almeida, Adam Yates, Carlos Rodríguez y Jorgenson, presentes en la misma cordada.

Saint-Lary-Soulan recibía con un puñetazo en la mandíbula tras el lanzamiento de Marc Soler. Se achataron las narices por el impacto de unas cuestas broncas. El alivio era el gentío, el ánimo, el cordón humano que grita y aplaude a sus héroes. Healy, testarudo, lanzó su apuesta.

Desgarró a Gaudu. Lazkano, perseguía. Todos perecieron. Pogacar se instaló tras Vingegaard, que observaba el paso de Evenepoel, el maillot abierto. A pecho descubierto.

Todo lo desnudan las montañas, la radiografías de los adentros. Almeida relevó a Sivakov. La cadena de montaje del UAE quería acelerar el Tour. Gasolina al fuego. A la búsqueda de los límites. En ese escenario, Adam Yates, alfil de Pogacar, batió las alas. Voló. Una novedad en la partida. Segundas figuras. Un puente para el esloveno. Una cuerda de la que tirar.

Agazapado el líder. Juego de máscaras. Desconfianza. Guerra fría. Estalló Pogacar. Aceleración brutal. Vingegaard se agrietó, Evenepoel cedió. El genio esloveno se golpeó el pecho en la cima. Él pone el ritmo a la carrera. Una bestia que posaba como un culturista en la cumbre. Todo lo puede. Pogacar acaricia su tercer Tour.

2024-07-14T16:32:12+02:00
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