Otra vez nos piden que miremos a otro lado. Que nos traguemos el eufemismo de las "pausas humanitarias" como si no supiéramos lo que ocurre en Gaza cuando no hay pausa. Como si no lleváramos meses viendo a niñas esqueléticas, a padres cavando con las manos entre escombros, a hospitales sin luz, sin gasas, sin médicos. Como si no supiéramos que lo que falta no es comida, sino compasión. Y vergüenza.
Israel anuncia un alto el fuego de unas horas al día en tres zonas del infierno. Generoso gesto, nos dicen, mientras sigue bombardeando el resto del territorio y bloqueando la entrada de ayuda. Matan con misiles y con hambre. Con pólvora y con burocracia. Y todo con el aplauso sordo de quienes callan o se encogen de hombros. Ya no cuela.
No se trata de equidistancias ni de tesis geoestratégicas. Se trata de humanidad. De niños que mueren de sed. De familias enteras borradas del mapa. De una población civil castigada sin piedad en nombre del derecho a defenderse. ¿Defenderse de qué? ¿De los esqueletos con ojos que suplican pan?
Sí, hay voces que alzan la palabra. Desde la del papa León XIV hasta organizaciones sobre el terreno que documentan el horror. Pero también hay gobiernos, instituciones y opinadores que siguen hablando de "proporcionalidad" mientras callan ante lo que solo puede llamarse genocidio.
¿Hasta cuándo vamos a mirar hacia otro lado? ¿Cuántos niños más hay que enterrar para que alguien actúe? No basta con la denuncia. Es hora de la presión, del boicot, del castigo diplomático, del corte de relaciones. No más paños calientes. No más excusas.
Ya está bien. Pero desde hace mucho.