Siempre he reconocido mi escasa capacidad para las profecías de todo tipo, especialmente, para las políticas. Por eso raramente me atrevo a difundir un pronóstico. Sin embargo, cuando Arnaldo Otegi desveló -a la fuerza ahorcan- que no sería el candidato de EH Bildu a lehendakari, crucé en cierto modo esa línea. Para ser honesto, es cierto que no señalé un único nombre sino una terna compuesta por Nerea Kortajarena, Ohiana Etxebarrieta y Pello Otxandiano. Si intuía que las dos primeras tenían más opciones, solo era porque estaba convencido casi al cien por ciento (y veo que equivocado) de que la coalición soberanista apostaría por una mujer como candidata. Y no hay más que ver las figurillas dialécticas que tuvo que hacer ayer Otegi cuando le preguntaron sobre el asunto para comprender que se trataba de una idea bastante instalada. Sus explicaciones tuvieron el inconfundible aroma de las excusas no pedidas.
Si no fuera por esa circunstancia, que no es menor, casi todo me apuntaba hacia Otxandiano como el elegido -he estado a punto de escribir "el sucesor"; lo que es el subconsciente...- para ocupar el puesto en las listas que decidió rehusar el eterno coordinador general de EH Bildu. Desde hacía un tiempo, se percibía claramente cómo crecía su presencia pública y tenía un papel destacado en algunos de los debates más profundos del país, como el que ha suscitado la ley vasca de Educación. Él fue quien alimentó el consenso inicial, quien lo sostuvo durante cierto tiempo y quien más peso tuvo en la reciente decisión de romperlo. Y eso es así por algo obvio: en los últimos años, Otxandiano ha sido el gran arquitecto de la estrategia política de EH Bildu o, dicho con más propiedad, del que sigue siendo el partido ampliamente mayoritario de la coalición y el que lleva la batuta cuando se trata de lo importante, es decir, de Sortu. No se trata de un detalle menor.