Al escuchar los apellidos, Enríquez Negreira, me vino a la cabeza la imagen de un tipo con camiseta negra echándose la mano al bolsillo del pecho, sacando una tarjeta roja y mostrándosela chulescamente a cualquier futbolista que probablemente no había cometido más delito que hacer unos aspavientos con los brazos.

Anda que no eran gallitos aquellos árbitros de los 70, 80 y 90. Compensaban la mierda que cobraban entonces, hoy se llevan pastizales de vértigo, poniéndose farrucos con las estrellas del momento a las que, no pocas veces, habían rogado un autógrafo para el sobrino antes del pitido inicial.

Muchos de esos bultos sospechosos, como los llamaba José María García, hicieron luego carrera como comentaristas en las transmisiones de radio y televisión, viendo desde la cabina lo que cuando iban de corto no jipiaban en el césped ni de coña.

Otros pillaron cacho en los organismos corporativos de los trencillas. Fue el caso de este vivales, que siendo vicepresidente del Comité Técnico Arbitral se sacó más de un millón y medio de euros suministrando al Barca informes sobre la personalidad de los colegiados que les tocaban a los culés y consejos sobre cómo debían comportarse los jugadores para que les fuera bien.

A juzgar por los títulos conseguidos por los blaugranas en el periodo de asesoría el trabajo merecía su precio con creces. Ahora que el trile ha salido a la luz. lo más divertido es ver cómo el personal que se mueve en el universo balompédico (peloteros, soplapitos, directivos y mis compañeros de gremio) se hacen los escandalizados por lo que apenas es, y lo saben, la punta del iceberg.