Navarra

María Teresa Aristu: “La procesión es lo más grande, la llevo dentro”

Engalana cada año su balcón de la Mañueta, y a sus 88 nunca ha sido capaz de abandonar la ciudad en estas fechas
María Teresa Aristu, de 88 años, en el balcón que engalana todos los años por Sanfermines.
María Teresa Aristu, de 88 años, en el balcón que engalana todos los años por Sanfermines.

Es, sin duda, una auténtica. Una “PTV”, como ella misma se define. De Pamplona de toda la vida. “Nacida en la plazuela de San José”, corrige. De ahí a Santo Domingo y después a la calle Arrieta, hasta recalar en la Mañueta. “En uno de los balcones más floridos y más bonitos de la calle”, dice. Y no hay más que verlo, porque lo engalana siempre para fiestas: saca su San Fermín, lo cuelga de unos ganchos que tiene preparados en la ventana y lo pone junto al pañuelico con el escudo de Iruña. Con la faja y las alpargatas. “Lo tengo desde siempre, lo compramos en la Bajada de Javier, en Casa Martínez”, relata.

Cualquiera diría que María Teresa Aristu atesora 88 primaveras –llevadas divinamente, por cierto– y asume que nunca se ha querido ir de Pamplona en Sanfermines, porque los lleva dentro. “Nunca he podido, aunque no salga”. Le gusta por encima de todo la procesión y se emociona, con lagrimilla, al hablar de ella. “Es demasiada emoción, me pongo yo sola de llorar…”, sonríe, mientras cuenta que toda la familia estrena traje ese día. “Siempre tenemos dos, uno para el día 6 (el más corriente porque si sales te manchas) y otro para la procesión, de punta en blanco. Para mí si no hay procesión no hay Sanfermines”, reconoce.

“Siempre hemos tenido dos trajes para fiestas, el corriente y el de la procesión. Ese día había que estrenar”

María Teresa Aristu - Vecina de Pamplona

Este año tenía dudas, “a ver cómo estoy”. Pero al final la disfrutó en familia. Asomada a la ventana, ve pasar las Dianas, “suelen venir dos días por aquí, suben las escalericas y terminan en la plaza de los Burgos. Esto está de gente...¡pero así! –dice, juntando las yemas de los dedos de manera intermitente en señal de mogollón–; desde aquí hasta la esquina del Cristo. Un día empecé a echar caramelicos a la rebucha, como se suele decir, caramelicos de esos pequeños. Cada año más, cada año más. Siempre les tiraba el último día, y todos gritaban ‘eeeeeehhhh’. Y como a La Pamplonesa le cantan ‘Esa Pamplonesa’, luego me la cantan a mí. Es algo muy nuestro”, recuerda con alegría. “Con la pandemia este año no sé si se podrá”.

Estos dos años sin Sanfermines, dice, no le han pesado, “no he tenido ganas, las cosas como son. Y este año no sé si debiera de haber habido… Me da mucho miedo, me parece muy pronto”, valora. Evoca las fiestas “de antes. Las nuestras. No lo que hay ahora, que no es ni sombra de lo que hemos vivido. Antes los disfrutabas con mucha más felicidad. Yo tengo dos hermanas monjas –relata–, coincidió que vinieron un 9 de julio. Entonces vivíamos en la calle Arrieta, aún estaba yo soltera, fíjate si hace años –puntualiza–. 1974. Íbamos a ver siempre la salida de las peñas, que aquello era precioso, una de tantas cosas”.

Ella siempre estaba en primera fila. “Salían del callejón, cantando y de repente uno que iba con la bota de vino, le da de beber a una de mis hermanas, las dos con hábito. ‘Tenga hermanica’, le dijo. Y ella cogió, le echó dos tragos a la bota y se la devolvió. Tranquilamente. Antes se vivía de otra manera, con más respeto. Los Sanfermines son compartir, vivirlos, pero de una manera sana. Con qué alegría salías y te juntabas y te abrazabas. Ahora cada vez me da más repelús el poco respeto que hay”, lamenta.

Familia de corredores

Eran once en casa. Seis chicos y cinco chicas. Y ahora cuenta tres hijos, seis nietos y una biznieta. Recuerda que antes, en el Chupinazo, “había una especie de apuesta entre cuadrillas a ver quien terminaba más limpio. Ahora… Yo me enfrento mucho desde la ventana, no me callo”, afirma. Y se torna seria. “Con lo bonito que es ir vestido de blanco y de rojo y disfrutar como es debido… ¡Y ojo! Que hay cosas muy bonitas. Las jotas –ella va bien pronto para coger el mejor sitio–, antes el Riau-Riau, que era muy típico y muy bonito. Ahora son todo broncas. Pero por encima de todo la procesión. ¡Una alegría, unos trajes limpios, con la raya bien planchada!”. Iban los cinco, el matrimonio y los tres hijos, desde las alpargatas hasta la boina vestidos de San Fermín. “Con meses ya les ponía de blanco a los hijos, y les cosía una cinta roja en los patucos de ganchillo”.

“Qué emoción, cuando ves a San Fermín de cerca y le pides ayuda, le dices que cuide de quienes quieres”

María Teresa Aristu - Vecina de Pamplona

Asegura que “es ver a San Fermín y me entra un escalofrío por todo el cuerpo... Qué emoción, cuando lo ves así de cerca y le pides ayuda, le dices que cuide. Que haga algo. Y que no pase nada, que cuide del hijo, que yo le incitaba a correr –señala–. Le decía, ‘¿quieres ir?’ Y me respondía que sí. Pues yo le avisaba. Lo lleva dentro y lo tiene que cumplir. Yo le despertaba, le dejaba ir al encierro pero la noche anterior, a las diez tenía que estar en casa. Si no, no iba”.

¿Y no pasa miedo?

“No, las cosas como son. Mis hermanos han corrido toda la vida. Lo veo y lo vivo. Pero con miedo no, yo misma le digo que vaya y hay quien me dice que qué bruta soy. ¿No salen por la carretera y van con coche? ¿Eso no es peligro? El encierro es algo muy nuestro, se lleva por dentro”.

Añora cuando lo veía desde la curva de Mercaderes, “íbamos muy pronto para estar en primera fila. Había años que bajábamos a las cinco de la mañana. Y es que ahí ves los toros desde que vienen del Ayuntamiento y suben Estafeta, entonces no había tantos mozos y los veías mejor: los cuernos como si fueran saltando, el mugido, cuando se caían… Son cosas que se te quedan”, dice. Un año fueron a verlo desde un balcón, “nos lo regaló el hijo, no habíamos estado nunca. Y precioso”. El chupinazo lo celebra desde casa, con las ventanas abiertas. “Y con la tele puesta, aunque lo oyes, pero ves pasar toda la gente”, cuenta. Recuerda un año que estaba con los nietos pequeños en la ventana, mientras pasaban los gigantes. “Resulta que mi hijo conocía a uno de los que bailaba el Rey Africano y le había dicho que nos saludara, pero no nos dijo nada. Vino, le tocamos la cabecica, y el nieto entusiasmado. Yo también, ¡menuda sorpresa! Una ilusión fue aquello…”.

2022-07-13T16:53:03+02:00
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