Recuerdo que, hace catorce meses, cuando nos presentaron la mano de Irulegi, junto a mi alegría por el hallazgo asombroso, manifesté mi miedo a su utilización política. Hablaba por boca de ganso. Ya desde el minuto uno quedó claro que el descubrimiento iba a servir como arma arrojadiza en la eterna gresca historicista que pretende explicar el pasado desde el presente y viceversa. En un lado, el entusiasmo excesivo pretendía que se había encontrado la prueba irrefutable de la vasquidad de Nafarroa y, en el otro, se desdeñaba el descubrimiento al tiempo que se difundía la especie de que pronto se demostraría que todo era un montaje como el de Iruña Veleia.
Y eso es lo que ahora cree haber probado el sector más irreductible del antivasquismo, igual en la demarcación foral que en la autonómica, como hemos comprobado en algunos titulares que llevan adosada la onomatopeya del rechupeteo. Se apoyan -y hay que tener mucho desparpajo para ello- en la reciente aparición de un monográfico sobre el asunto en la revista especializada Fontes Linguae Vasconum, que publica el Gobierno de Nafarroa. Se trata de una recopilación de artículos sobre todos los aspectos de la mano (no solo los lingüísticos) firmados por expertos de primer nivel. Es un trabajo fascinante que está disponible de forma gratuita en internet y que les recomiendo vivamente, aunque yo confieso que solo he tenido tiempo para leer los resúmenes. Con eso me ha bastado para comprobar que en absoluto se niega categóricamente que las palabras descifradas pertenezcan a un antecedente del euskera. Como buenos científicos, lo que hacen algunos de los autores es aseverar que todavía no se puede demostrar que sea así. Unos se inclinan a pensar que sí, otros opinan que no y todos vienen a decir que queda mucho por investigar. Pero los de la bronca ya saben más que los especialistas, faltaría más.