Contengo la respiración ante la brizna de esperanza que se abre para encauzar a través del diálogo el conflicto de la OSI de Donostialdea de Osakidetza. De entrada, es bueno que se haya rebajado la intensidad de las acciones de protesta y el tono de las declaraciones.
A partir de ahí, ya que estamos hablando de cuestiones de salud, habrá que ver si entre los que se sienten en la mesa por ambas partes hay disposición para hacer un diagnóstico certero de la situación y, en consecuencia, aplicar el tratamiento adecuado.
Para lo uno y lo otro serán fundamentales la buena fe, la flexibilidad y, por encima de todo, diría que sobre todo una gran dosis de realismo, Y en ese sentido, no está nada mal como punto de partida la sencilla y difícilmente rebatible apreciación del lehendakari hace unos días: en un país de 2 millones de habitantes no es posible que todos tengamos un hospital a la puerta de casa.
Pese a que las cifras tozudas indiquen que la inversión sanitaria en los tres territorios no ha dejado de crecer de ejercicio en ejercicio, los recursos no son multiplicables por infinito.
Lo que procede, por tanto, es su optimización en base a criterios de racionalidad y eficacia. Aquí apunto otra obviedad: no hay nadie mejor que los propios profesionales con larga experiencia, y desde luego las jefes y jefas de servicio lo son, para contribuir a acometer la tarea desde su conocimiento de la situación a pie de obra.
Siempre, por supuesto, teniendo claro que la toma final de decisiones debe estar en manos de la administración que, en primera y última instancia, emana de la soberanía popular.