Sucedió antes de comenzar el encuentro en un gesto que ya hicieron en el partido disputado en Lisboa. Los jugadores del Benfica se acercaron al fondo norte, se cogieron las manos e hicieron una reverencia para saludar a su afición. Para que se hagan una idea, como las que le gusta hacer a Kubo para despedirse muchas veces de sus seguidores. Pronto descubrimos que en realidad la reverencia debió ser para la gran Real que en quince días le ha dado dos soberanos baños que serán recordados durante mucho tiempo. Fueron tres goles, pero pudieron ser una docena porque el recital txuri-urdin volvió a ser sublime. Sin duda y de largo hasta el momento, no ya la revelación, sino la gran sensación del torneo. Nadie ha protagonizado, repetido y mantenido ese sobresaliente nivel durante las cuatro jornadas que se llevan disputadas lo que le ha valido el pase a octavos tras el posterior triunfo del Inter en Salzburgo.
Si contra el Barcelona el balón no quiso entrar, ayer los realistas marcaron en todos sus primeros acercamientos, por lo que acabó propinando una paliza de campeonato a un Benfica que no es que sea mal equipo, como lo certifica que es colíder de su campeonato, en el que hay otros dos equipos de Champions, sino que se quedó en casi nada de nuevo al no ser capaz durante la mayor parte del partido ni de pasar del centro del campo. Los lusos venían con la lección bien aprendida, pero no lograron frenar a un huracán blanquiazul que hizo las delicias de sus aficionados. El principal motivo es que cuando está bien, este equipo prácticamente es insuperable. Algo muy extraño o inesperado tiene que suceder para que no se lleve la victoria, tal y como ocurrió el pasado sábado en el baile al Barça que acabó en tragedia después de perdonar tantas ocasiones.
Una Real mucho más vertical que en los últimos años, que basa su potencial en presionar y morder como tigres para recuperar e intentar hacer daño en muy pocos toques. En imprimir una velocidad frenética de juego y de movimiento de balón, con dos extremos mágicos, a los que solo hay que abastecerles de buenos balones para que destrocen y solo dejen cadáveres a su paso. Con una sala de máquinas de carácter internacional cuyo dominio puede ser aplastante y una defensa solvente y contundente. Sin alardes ni tonterías, el circo solo para los violinistas en ataque. Por cierto, para los que ponen en duda todo, una Real poniendo los dos pies en octavos con siete canteranos en su alineación. Ver para creer. El proyecto…
La realidad es que se veía venir. La ola de 25 metros que anunció Imanol se quedó corta para describir lo que se vivió en la primera parte en Anoeta. Un auténtico vendaval txuri-urdin que se llevó por delante a un bicampeón de la Copa de Europa, vigente campeón de la liga portuguesa y club más laureado de su país. En pocas palabras, al Madrid luso. Todo lo que no entró ante el Barcelona fue a la cazuela en unos primeros 45 minutos que se recordarán durante mucho tiempo y que pusieron patas arriba a Anoeta, que despidió a los suyos con una ovación cerrada. Las ganas de ir al servicio o de consumir algo se quedaron en un segundo plano para aplaudir a los héroes como hacía tiempo que no se veía.
El mejor resumen del acto inicial es que en 26 minutos la Real había anotado ya cinco goles, dos de ellos anulados, y había fallado un penalti. Increíble. Bueno, sinceramente, yo creo que había pocos aficionados locales demasiado sorprendidos con la exhibición de los suyos que estaban paladeando y viendo sin frotarse los ojos, más bien por la certera puntería que en esta ocasión estaba acreditando.
Sólo un cambio
Imanol apostó por su once de gala, con la única novedad de la entrada de Aritz en lugar del lesionado Traoré, que no se sentó en el banquillo. Tras un primer susto de Joao Mario, en un disparo que se marchó a córner, Barrenetxea y Kubo quedaron para hacer travesuras en la banda derecha a la salida de un saque de esquina que finalizaron con un centro del primero que despejó la defensa con tan mala pata que le cayó a Aihen en la izquierda y su remate fallido acabó en un centro perfecto que Merino solo tuvo que empujar a la red con la cabeza.
Di María, un ilustre que pasó inadvertido, probó a Remiro poco después, pero a continuación llegó el segundo en una buena presión de Barrenetxea que acabó en un impreciso pase de Florentino hacia atrás que, entre Oyarzabal y su velocidad y la parsimonia de Otamendi convirtieron en aún peor, hasta el punto de que el capitán se la robó con un toque con la derecha y marcó con la izquierda. El estadio casi se viene abajo. Con el Benfica KO, Brais sirvió una falta al segundo palo y Merino entre rebotes acabó marcando como pudo. La pena es que tuvo la mala suerte de que tocó el balón con el brazo a pesar de no concederle ninguna ventaja. La regla es la regla. Anulado.
A los 21 minutos, llegó la jugada del partido. Además del festival coral, una acción por la que merece la pena pagar una entrada. Kubo protegió y salió de todo tipo de trampas que le habían tendido para apoyarse en Merino y la asistencia de éste la convirtió en gol Barrenetxea con su fórmula que siempre le ha funcionado y que le puedes ver hacer un día cualquiera con su cuadrilla en las calles o en las playas de Donostia. Recorte y obús a la escuadra. Parece fácil, pero no lo es.
El propio extremo volvió a servir otro balón de oro a Oyarzabal que de forma muy inteligente supo controlar y proteger antes de ser derribado por Otamendi. El capitán, al que le habían anulado antes el doblete por fuera de juego, le permitió chutar a Brais en una maniobra que muy pocas veces sale bien. La Ley de Murphy no tardó en cumplirse al engañar al meta pero toparse con el palo en su lanzamiento Brais. Cuando esté en el campo, las penas máximas las ejecuta el 10. Poco más que añadir al tema. El Benfica trató de recuperarse con un cabezazo de Otamendi que paró Remiro, antes de que el propio Oyarzabal, a pase de Zubimendi, estuviera muy cerca de sorprender a Trubin.
Todo se enturbió en la reanudación. A los tres minutos, Rafa Silva recortó distancias y la parte más radical de sus aficionados comenzó un asqueroso juego con las bengalas que estuvo a punto de generar una desgracia al lanzar dos de ellas a la grada familiar, que está plagada de niños. Todo ello sin ninguna intervención policial, es decir, el que entra en el campo en el sector visitante tiene barra libre para hacer lo que quiera. Con todo lo que sucedió en el partido de ida, donde a los aficionados realistas hasta les metieron mano (literal) para evitar que introdujeran nada. Algo tiene que cambiar en Anoeta, porque su seguridad no está preparada para velar encuentros de competición europea…
Con familias realistas ya fuera del campo y niños temblando de miedo y llorando sin consuelo, Zubimendi decidió que era el momento de cortar por lo sano y se hizo con el control del encuentro con una exhibición individual majestuosa. Siempre bien colocado, apareció por todos lados y no perdió una sola pelota. Incluso estuvo a punto de sentenciar el duelo con una volea que se le escapó por milímetros. Eso sí, siempre bien acompañado y escoltado por un Merino imperial que tenía el día juguetón y dejó varias maniobras delicatessen. Barrenetxea, a centro de Turrientes, que entró muy bien en el duelo, dispuso de la última ocasión para matar el choque.
No hizo falta. Con la increíble primera parte tenía que ser suficiente y así fue. Los blanquiazules siguen superándose a sí mismos en la competición, donde demuestran una capacidad camaleónica para pasar de comparecer con smoking, disfrazarse de pirata para la presión y ser un asesino letal con sus contras tras recuperación. Una Real que ya está clasificada y que, aparte de luchar por la primera plaza con el subcampeón del torneo, pasa a convertirse en el rival a evitar en los cruces. Cualquiera se mete en esa caldera de Anoeta y aguanta 90 minutos a un equipo capaz de jugar como los ángeles. Licencia para soñar muy grande. Horizontes de grandeza fundados en la más absoluta excelencia…