Polideportivo

Van Aert se rompe en Flandes

El belga sufre una fea caída y se fractura la clavícula y varias costillas en A Través de Flandes, donde se impone su compañero Matteo Jorgenson
Matteo Jorgenson celebra la victoria en la clásica belga.
Matteo Jorgenson celebra la victoria en la clásica belga. / Efe

La poesía de los héroes trágicos dice que las mejores victorias son las de los vencidos. Probablemente sea algo cierto. En la conquista de Matteo Jorgenson confluyen el drama y la gloria, que en el ciclismo tienden a compartir colchón. El norteamericano entró en la historia de A Través de Flandes. Ningún ciclista de Estados Unidos había ganado en los campos de Flandes. Un cementerio recuerda a los soldados caídos en combate cerca de allí.

La clásica belga tuvo algo de guerra, de la fortuna que a unos sonríe y a otros condena. Jorgenson logró el triunfo el día que cayó Wout Van Aert, su jefe de filas, que se fracturó la clavícula y varias costillas en una caída muy dura. El belga se perderá el Tour de Flandes, la París-Roubaix y la Amsteld Gold Race según anunció su equipo.

Wout Van Aert, en el suelo tras la cáida.

Wout Van Aert, en el suelo tras la cáida. Eurosport

A Van Aert, que acabó en el hospital, le arrastró un enganchón con Kirsch. En ese instante, cuando se desató el caos, –también se contabilizaron las bajas de Stuyven, Pedersen, Philipsen y Girmay– Jorgenson iba a la rueda de Van Aert, que a su vez tocó la de Benoot. Un desastre. Una imagen desoladora también para el futuro inmediato. A todos los caídos se les esperaba entre la aristocracia del Tour de Flandes.

“Iba a rueda de Van Aert. Ha sido un enganchón entre Kirsch y Van Aert. Yo puede esquivarlo. Mis pensamientos están con Wout y el resto de caídos”, expuso el norteamericano, que pudo esquivar la fatalidad. La vida en un instante. Un parpadeo. Un sueño para Jorgenson, una pesadilla para Van Aert. Fintó la malaventura Jorgenson para enhebrar después un victoria formidable.

“Es un sueño”, resumió Jorgenson, campeón de la París-Niza y vencedor de A Través de Flandes. El norteamericano, criado en Boise, ofreció un recital en el final, cuando se destacó del grupo cabecero. Su ataque, definitivo, le impulsó a la corona de laurel por delante de Abrahamsen y Küng.

Con la coreografía de un banco de peces, que se alteran, asustados, agobiados, por la presencia de los depredadores, se configuraba el pelotón, espasmódico, en las carreteras anchas de A Través de Flandes, ensayo para el domingo del monumental Tour de Flandes.

La paradoja es que allí se alojaban los depredadores, enjaulados. Temerosos los unos de los otros en cada giro y en cada estrechez. Codos afilados, miradas aviesas y desconfianza. En cada manillar, una embestida. Una premonición.

Una caída muy fea

Los tramos de piedras y las cotas recordaban su incomodidad y la dureza, el peaje para el cuerpo. La percusión del organismo, golpeado por el pavés. El Lidl, encolumnado, dispuso la batería de artilleros para atosigar a la fuga, que jugueteaba con una renta de un par de minutos. El Visma se activó de inmediato.

En ese arrebato se aceleró la clásica, que entró en otra dimensión. Desbocada, levantó un hospital de campaña con una caída masiva. Crujió el pelotón. Carbono y carne. Pieles raspadas. Cuerpos golpeados con saña. Dolor. El drama del ciclismo. Una feísima caída brotó con la clásica disparada.

Van Aert, uno de los grandes favoritos, perdió el control en un enganchón con Kirsch y se arrastró por el asfalto, descabalgado con violencia. La caída, a gran velocidad, le lijó la espalda. El maillot hecho jirones. El dolor le tatuó la espalda, la piel levantada. En carne viva.

Abandonó en camilla de la carrera entre gritos de dolor. El belga (al parecer hizo el afilador con Benoot) se enredó con Kirsch y se aceleró la caída donde se rodaba con urgencia, a toda velocidad. Una huida. Derribado en la cintura del grupo, el bandazo zarandeó a Stuyven, Pedersen, Philpsen y Girmay. Se golpearon contra el asfalto. Efecto dominó. Parte de bajas.

Aprendizaje para Oier Lazkano

Las estrellas del cielo de A Través de Flandes se cayeron. La carrera perdió luz. Tonos oscuros. Tenebrosos. El quebranto, tremendo, destempló el ánimo. La clásica perdió el cartel de los mejores. En ese trasiego, Oier Lazkano, segundo el pasado curso, enredó el paso.

Día de aprendizaje para el alavés. Experiencia acumulada en el libro de ruta. Verso libre, sin la coraza de un equipo poderoso, se vio aislado antes de que la página de sucesos torciera los renglones de la competición y reescribiera otra carrera.

Jorgenson, Benoot, Bettiol, Küng y Valgren, que sobrevivieron a la caída, tomaron vuelo. Tarling, un excelso contrarrelojista, se encaramó al grupo que salió sano y salvo del accidente.

Aún jadeaba por delante la fuga, cada vez más fatigada, pero con el orgullo intacto. Resistían Pedersen, De Pooter, De Bondt, Eenkhoorn, Abrahamsen y Cachignard. Ambos grupos litigaban en 20 segundos. En la cota de Ladeuze, apenas un kilómetro, se empastaron los dos unidades. Otro comienzo.

Ataque definitivo

Un nuevo amanecer camino de Nokereberg, la última frontera. Bettiol se encrespó hasta que los calambres le dejaron sin flujo. Tieso. Tachado. Comenzó el cortejo, el baile sinuoso. Danzad malditos. De Bondt se quedó en el fondo, ajeno a la cadena de relevos. Se mordieron unos y otros sin piedad. Enemigos íntimos.

Jorgenson, Benoot, Küng, Tarling y De Bondt, sentados en la partida de póker. Hubo algunos faroles. Otros descartes. No el de Jorgenson, que lanzó un ataque demoledor. Apedreó al resto antes de enfrentarse al último tramo de pavés. Les hizo polvo. Sobre las ruinas del dolor construyó un triunfo inolvidable. La victoria de los vencidos. En nombre del compañero caído. Jorgenson honra a Van Aert, roto por en cuerpo y alma en Flandes.

2024-03-28T16:33:04+01:00
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