Polideportivo

A Philipsen le sobra fuelle

El belga vence escapado en un esprint extraño en la Tirreno-Adriático que lidera Ayuso
Jasper Philipsen festeja la victoria.
Jasper Philipsen festeja la victoria. / Tirreno-Adriático

La isla de Elba flota frente a Follonica. En aquel pedrusco rodeado del mar Tirreno estuvo confinado Napoleón entre 1814 y 1815. Consiguió escapar el emperador que se autocoronó hasta que después de una severa derrota en Waterloo acabó sus días preso en Santa Elena, lejos de todo, donde murió en medio del Atlántico. Tierra adentro, la Torre de Pisa encendió el amanecer del segundo día de la Tirreno-Adriático, todavía impactada por el efecto Juan Ayuso.

El muchacho que abrumó a Vingegaard y zarandeó a los gigantes en el juicio del reloj, observó la carrera desde la serenidad. De azul, protegido por el cielo y el sol tenue. Un día ideal para los nobles, mecidos por el Tirreno, condecorados por la calma, aliviados por la brisa suave después de la crono y las posturas radicales que exige la cabra. La fuga que hubo, con Quartucci, Stöckli, Bais y Magli,  no prosperó.

Los guardianes de los velocistas abrieron el fuelle del esprint. A los habitantes de Follonica les pusieron el nombre los fulloni, los fuelles que servían para darle aire al fuego de la industria de la elaboración del hierro y su fundición. A Jasper Philipsen le sobró fuelle en Follonica. Es un fulloni más. Sopló huracanado y avivó el fuego de la victoria.

Venció escapado en un esprint extraño. Merlier, su principal rival, sin saberlo, le propulsó. Philipsen agradeció el regalo con una victoria por aplastamiento. El resto de velocistas, cortado el cordón umbilical, observaron con prismáticos la llegada victoriosa de Philipsen, retratado en solitario.

Para llegar a Follonica había que dominar el arte de la herrería, ser tenaz pero maleable porque en Italia todo se enreda a modo de una comedia costumbrista, histriónica y gesticulante. El final tuvo ese aspecto laberíntico y ratonero que diseña el callejero italiano.

Hasta las rotondas desafiaban el sentido común. Una tenía el final puntiagudo. La otra era una genialidad o un vacile. La cuadratura del círculo. Un cuadrado a modo de rotonda. Cosas de Italia y del arte.

Caída de Froome y Cavendish

Chris Froome es obstinado, férrea su moral, pero su cuerpo, martilleado con crueldad por aquel accidente tremendo del Dauphiné de 2019, cuando se estampó contra un muro a 54 kilómetros por hora mientras examinaba el trazado de una crono, es un amasijo de hierros.

No es precisamente ágil ni elástico el británico, oxidado para la élite, que le queda muy lejos. Un vago recuerdo. El ocaso le agarra con saña, pero él se resiste a lomos de su quimera. Resulta conmovedor el desempeño de Froome. Su era dorada continuará fijada en el frontispicio de la historia, pero ahora, el campeón de cuatro Tours, es pasado.

Froome se fue al suelo antes de que se armara el mecano, en el que tampoco estuvo Cavendish, (récord compartido con Merckx de victorias de etapa en el Tour) para el pleito de la velocidad, el remate que se imponía después de una jornada con la clásica fuga a ninguna parte. Ayuso, que es el futuro y manda en la Tirreno-Adriático, descontó el día con una amplia sonrisa. La misma que acompañó a Philipsen al que le sobró fuelle.

2024-03-06T15:49:03+01:00
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