Percibimos de modo diferente las situaciones generales y las personales. El Sociómetro vasco publicado esta semana lo refleja al recoger que 7 de cada 10 encuestados (69%) consideran los servicios públicos buenos o muy buenos o que la situación económica personal merece esa calificación para tres de cada cuatro. Sin embargo, las preocupaciones las encabezan el mercado de trabajo, la vivienda y la sanidad. Ámbitos en los que el debate sectorial y político apela a los poderes públicos.
Yo no quiero pensar –o sí– que nos dejamos inducir por los que manejan a su conveniencia el debate pero que somos más sinceros con nosotros mismos en nuestro diagnóstico personal. Pero no creo que sea casual que la vivienda se haya convertido en preocupación mayúscula cuando se ha empezado a debatir sobre VPO y alquileres desde que repuntaron los tipos de interés o que, sospecho, irá dejando de ser la séptima plaga bíblica a medida que bajen y volvamos a sentir que podemos aspirar a comprar una.
La sanidad pública vasca, joya de la corona prepandemia, se convirtió en preocupación cuando, pasada esta, nos dijeron que habían crecido las listas de espera y que los sanitarios denunciaron que trabajan mucho y cobran poco. Pero, a la vez, según datos del Ministerio de Sanidad en 2023, Osakidetza destacaba porque 7 de cada 10 usuarios de la asistencia primaria recibían respuesta en las primeras 24 horas –la media no llega al 55%– y que Euskadi era una de las tres únicas autonomías que había cumplido el compromiso de contratación de MIR en medicina familiar y comunitaria. En pleno relato de su supuesto peor momento, Osakidetza mostraba una mala salud de hierro, pese a los que le hacían pasar por muerto.