El cardiólogo José Abellán ha sorprendido en su reciente entrevista en el podcast "The Wild Project" con unas declaraciones que han levantado debate en el ámbito médico. Según explicó, el consumo de alcohol, especialmente en forma de vino tinto, puede disminuir el riesgo de infarto gracias a dos mecanismos principales: su capacidad antitrombótica, que retrasa la formación de coágulos en el organismo, y la acción de los polifenoles antioxidantes presentes en el vino. En sus propias palabras, “el alcohol disminuye el riesgo de infarto, es una verdad, es así… el vino tinto tiene unas cosas que son polifenoles pero el alcohol de por sí tiene una capacidad que es antitrombótico”.
Durante la conversación, Abellán recuperó un clásico de la literatura médica: la llamada paradoja francesa. Este término se acuñó cuando investigadores observaron que, pese a un alto consumo de grasas saturadas sobre todo procedentes del queso, ciertas regiones de Francia mantenían una baja incidencia de infartos. La explicación más aceptada entonces fue el consumo habitual de vino tinto, que aportaba propiedades antioxidantes y antiagregantes. El cardiólogo lo resumió con que “vieron que en la ciudad donde había bajo riesgo de infarto tomaban vino… ahí viene la paradoja francesa”.
Los riesgos asociados al consumo
La otra cara de la moneda es clara: el alcohol multiplica riesgos para la salud. Incluso en cantidades moderadas, puede elevar la presión arterial, favorecer la aparición de arritmias, aumentar la probabilidad de enfermedades hepáticas y está relacionado con varios tipos de cáncer, como el de esófago, hígado y mama. La Organización Mundial de la Salud ha sido tajante: “no existe un nivel seguro de consumo de alcohol”. En este sentido, aunque un trago de vino pueda aportar ciertos antioxidantes, el cómputo global de riesgos supera con creces a los posibles beneficios cardiovasculares en una parte significativa de la población.
Primer plano de una mujer bebiendo una copa de vino tinto.
Otro aspecto clave es el sesgo en los estudios observacionales que sustentan la paradoja francesa. Muchas veces, los bebedores moderados también mantienen otros hábitos saludables: dieta mediterránea, ejercicio regular, vida social activa y mejor acceso a la sanidad. Estos factores podrían explicar, en gran parte, la menor incidencia de enfermedades cardíacas. Como subrayan cardiólogos y epidemiólogos, el vino no actúa en el vacío; es solo un elemento dentro de un estilo de vida complejo donde las variables se entrecruzan.
¿Qué opina la comunidad científica?
El cardiólogo estadounidense Arthur Klatsky, uno de los primeros en investigar esta relación, ha matizado en diversas publicaciones que “el consumo moderado puede estar asociado a ciertos beneficios cardiovasculares, pero el consejo médico nunca debe ser beber para prevenir un infarto”. En la misma línea, la Sociedad Española de Cardiología advierte que los mensajes sobre supuestos efectos protectores pueden interpretarse de manera equivocada por la población y llevar a un aumento del consumo, con consecuencias negativas a nivel de salud pública.
El consumo de alcohol está muy normalizado en la sociedad
Aunque los argumentos de Abellán tienen respaldo en investigaciones epidemiológicas, la ciencia actual adopta una postura más prudente. Informes recientes señalan que los beneficios del alcohol en pequeñas dosis existen pero no son universales. El consumo moderado puede mejorar ciertos parámetros biológicos pero los expertos advierten que estas mejoras no justifican recomendar el alcohol como medida preventiva.