Bizkaia

Tatiana, sobre su hijo fallecido en Ucrania: “No quiero creer que lo mataron y estuvo tirado cuatro meses”

Se resiste a aceptar que su hijo Nikita falleció en combate, mientras Hanna y Olga rehacen su vida en Bilbao sin poder quitarse la guerra de la cabeza
Tatiana Rudenko sostiene una foto de Nikita, su hijo mayor, fallecido en combate en Ucrania.
Tatiana Rudenko sostiene una foto de Nikita, su hijo mayor, fallecido en combate en Ucrania.

Nikita tenía 30 años y hacía apenas un mes que se había casado con Yulia cuando desapareció en combate en Ucrania el pasado 6 de octubre. Su madre, Tatiana Rudenko, se enteró por una carta oficial y, semanas más tarde, el comandante de la unidad a la que pertenecía su hijo la llamó para confirmarle que habían visto a dos soldados muertos con un dron. Pese a todo, esta mujer, que abandonó su Kiev natal hace tres años y recaló en Bilbao, se resiste a perder la última esperanza. “¿Y si lo capturaron? No quiero creer que lo mataron y estuvo tirado solo en el campo de batalla cuatro meses”, se duele.

Este viernes se cumple un año desde que comenzara la invasión rusa y muchos ucranianos se desayunan, lejos de su país, con cafés tan amargos como la muerte de un familiar, el reclutamiento de un hijo o la destrucción de su hogar. Y, en el mejor de los casos, con un par de terrones de incertidumbre. “Es muy difícil para toda mi familia sobrevivir a esta guerra. Cada una de nuestras mañanas comienza leyendo las noticias en internet”, afirma Tatiana, cuya madre, de 86 años, sobrevive en Kiev. “Vive en el piso 11 y no siempre puede salir a comprar pan. Tienen electricidad solo varias horas al día porque la infraestructura está dañada y no hay agua ni calefacción”.

Con ese pellizco en el alma sobrelleva como puede el dolor por su hijo mayor, al que dan por muerto. “Desde los primeros días de la guerra fue como soldado a defender Ucrania. Luchó en los puntos calientes, como Bakhmut, una ciudad en la región de Donetsk donde aún continúan los combates. Estábamos muy preocupados por él. No pudo llamarnos durante semanas”, recuerda. Lo vio por última vez en septiembre, cuando vino de vacaciones y contrajo matrimonio. Ahora le quedan un puñado de fotos suyas en el móvil en las que posa con rostro serio empuñando su arma vestido de militar.

Pudo ser aún peor. Tatiana tiene otro hijo, Daniel, de 20 años, que se libró de ir al frente por los pelos. “Vino a visitarme a Bilbao el 23 de febrero de 2022 y el 24 de febrero a las cinco de la mañana empezó la guerra. Si hubiese decidido venir un día después, no habría podido salir. Dios nos ayudó a nosotros y a mi hijo menor durante este periodo difícil en el hermoso País Vasco”, dice con ese sentimiento agridulce por el hijo a salvo y la dolorosa ausencia.

Ha sido un año de guerra y no entiendo lo que pasa. Me parece que es un sueño terrible, pero es la realidad

Tatiana Rudenko - Madre de un soldado ucraniano fallecido

Por más noticias que lea ni Tatiana ni nadie se explica este cúmulo de muertes y destrucción. “Ha sido un año entero de guerra y no entendemos lo que está pasando. Los ucranianos son gente muy pacífica. Me parece que estoy durmiendo y esto es un sueño terrible, pero esta es la realidad”, asume resignada esta mujer, arropada por su hijo, su marido y sus amigos, que la llaman desde los diferentes países de Europa a los que han tenido que huir. También le quedan algunos “que siguen viviendo en Kiev con todas las dificultades y bajan al refugio antiaéreo cuando suenan las alarmas”.

A sus 52 años, casada con un ingeniero que trabaja en la capital vizcaina, Tatiana confía, desde su actual domicilio, en Castro, en poder incorporarse al mundo laboral. “En Ucrania trabajé como economista en una empresa y en Asturias en un hotel. Es complicado encontrar empleo aquí y realmente lo necesito porque tengo hijos y nuestra situación económica es difícil”, clama, mientras ofrece sus servicios para “un restaurante, un supermercado, una fábrica...”.

Con el mismo ímpetu contesta cuando se le pregunta con qué sueña. “¿Con qué puede soñar todo ucraniano? ¡Con que se acabe esta guerra! Quiero ir a Kiev para ver a mi madre. Quiero que suceda un milagro y que mi hijo haya sido capturado y sea devuelto a casa. No quiero creer que murió”, reitera y pide “a todos los países del mundo que ayuden para que Ucrania derrote al fascismo representado por Putin en el siglo XXI y ganemos”. Consciente de lo ambicioso de su petición, la acompaña de una más factible, de ser humano a ser humano. “Quiero que la gente del País Vasco sepa que mil madres pierden a sus hijos todos los días y que es el dolor más grande que se puede sentir”.

“Mi abuelo fue refugiado”

La ucraniana Hanna Maksymiv vive con una familia de acogida en Bilbao

La ucraniana Hanna Maksymiv vive con una familia de acogida en Bilbao Pablo Viñas

A Hanna Maksymiv la invasión rusa le sorprendió sola en su casa de Kiev. “Estaba en la cama, escuché un misil y tenía tanto miedo que me quedé como una momia sin poder moverme. Crees que va hacia tu casa y estás muerto. No te importa ni quién eres, ni tu trabajo, solo tu vida y la de tus familiares”, revive esta actriz ucraniana, que abandonó su país empujada por su madre, fallecida hace dos años. “Ella no conducía, pero soñé que me llevaba en coche a otro país y pensé que me tenía que ir”, relata.

Hanna Maksymiv vive con Carlos y su familia en Bilbao.

Hanna Maksymiv vive con Carlos y su familia en Bilbao. Pablo Viñas

Acogida por “la mejor familia del mundo” en Bilbao, esta treintañera no puede quitarse la guerra de la cabeza. “Lo más difícil es vivir cada minuto con las noticias de Ucrania. Aquí estoy tranquila, me han abierto las puertas sin conocerme y me tratan como a una hija, pero mi corazón y mi alma están con mi tierra. Cada día vivo con la guerra”, confiesa, preocupada por sus familiares, cuyo principal problema es la falta de trabajo y de luz.

Me tratan como a una hija, pero mi corazón y mi alma están con Ucrania. Cada día vivo con la guerra

Hanna Maksymiv - Acogida por una familia de Bilbao

Carlos de Careaga, el bilbaino, padre de tres niños, que hizo hueco en su casa, junto a su mujer, para Hanna y un amigo con el que viajó, deja constancia de los momentos difíciles. “Cuando hay alguna noticia impactante y ves que ellos están preocupados, nerviosos y sufriendo, es duro y sientes impotencia por no poder ayudar más”, reconoce. Los malos ratos se compensan con creces. “Al principio sientes miedo porque te viene alguien a quien no conoces y no sabes ni su cultura ni su idioma, pero día a día, con la convivencia, es una experiencia muy enriquecedora y gratificante para nosotros, nuestros hijos y la familia extensa”, asegura Carlos, a quien las imágenes del inicio de la guerra le impulsaron a colaborar. “Me acordé de mi abuelo, que había sido refugiado en Venezuela por la guerra civil. Pensé que si a él le habían ayudado, había que ayudar y nos pusimos en marcha”, comenta.

La agraciada con su solidaridad fue Hanna, que solo sabía decir “hola, corazón y amor” y ahora, aunque echa en falta palabras, ya es capaz de contar que “lo más difícil es buscar trabajo y alquilar un piso”, que ha perdido a “muchos amigos en bombardeos o como militares” y que tiene “mucho miedo” de que la gente se olvide de Ucrania. “No es solo guerra, es genocidio, terrorismo. La gente tiene sus problemas, pero tal vez algún día tengas guerra en tu país”.

“Es un nivel especial de miedo”

El relato de Olha Patsula, refugiada ucraniana

El relato de Olha Patsula, refugiada ucraniana Pablo Viñas

A día de hoy Olha Patsula, madre de dos hijos de 7 y 15 años, no encuentra un término para describir qué se siente cuando uno divisa la guerra desde su ventana. “No se puede comparar con nada. Es un nivel especial de miedo”, acierta a decir. Tal es así que recuerda como si fuera ayer el ataque. “Mi jefe me despertó y comenzó a gritar por teléfono que había empezado la guerra. No lo creí. Fui hasta la puerta del balcón, comenzaron las explosiones y se abrió con una onda expansiva”. No había lugar a dudas.

Olha Patsula, con su hijo Yurii, de 7 años, trata de reconstruir su vida en el barrio de Irala.

Olha Patsula, con su hijo Yurii, de 7 años, trata de reconstruir su vida en el barrio de Irala. Pablo Viñas

Su marido, que había partido de Ucrania una semana antes para trabajar, la aconsejó que saliera a comprar billetes de autobús con destino a Alemania. El fuerte estruendo de media docena de helicópteros la hizo desistir. “Me asusté y me quedé en casa”, confiesa. Hizo bien. “El 26 de febrero hubo fuertes escaramuzas por donde habríamos ido a Alemania. El transporte fue baleado y la gente murió. Ahora sé que hice lo correcto al no escuchar a mi esposo”, cuenta esta mujer, que tenía miedo de “quedarse dormida” y que no le diera tiempo a despertar a sus hijos para esconderse en el baño.

Durante casi un mes vivieron en carne propia la ocupación. “Mi hijo adolescente no quería aceptar que había una guerra aunque se veía desde la ventana de su habitación. Tuve pánico. Mi hijo pequeño entendió que estaban disparando, que no era un trueno”, rememora esta mujer de 38 años que vivía en Kherson, donde trabajó trece años en el sector bancario, y ahora reside en Irala.

Ya que se me da la oportunidad de empezar de cero, mi tarea es ser un ejemplo para mis hijos y no rendirme

Olha Patsula - Refugiada con sus dos hijos en Bilbao

Muy preocupada por su madre y su abuela, de 92 años, que “aguantan” en Ucrania, Olha no sabe cómo ayudarlas. “La abuela no soportaría el camino y la adaptación. Mamá no la dejará. Saben que tengo una situación difícil con mis hijos y me apoyan”, afirma. Aunque las echa mucho de menos, no se plantea regresar. “Mamá tiene un apartamento pequeño y no les desearé a mis hijos otra mudanza. Ya que estamos aquí y la vida me da la oportunidad de empezar todo desde cero, mi tarea es ser un ejemplo para mis hijos y no rendirme. Nos apoyamos unos a otros y todo debería ir bien”, confía. El optimismo le va a hacer falta porque emprende la reconstrucción de su vida sola. “Mi esposo está trabajando en Finlandia. Vino a visitarnos, pero la guerra también cambió la relación”, deja entrever.

Mientras su hijo pequeño no tiene problemas para adaptarse, el mayor, que “se comunica con sus compañeros de Ucrania y juega a videojuegos con ellos”, todavía está en proceso. “Ha aceptado el hecho de que está aquí, pero tiene un problema con el euskera. La escuela apoya y promueve el aprendizaje y estoy muy agradecida. La barrera del idioma permanece, pero es cuestión de tiempo. Mis hijos son muy capaces y creo en ellos”, se muestra esperanzada.

Tras superar “lo más difícil”, que “fue aceptarlo”, Olha ha ido venciendo sus temores. “Incluso sin saber el idioma de un nuevo país, entiendes que nada es imposible. Aprendí a pedir ayuda y a no tener miedo de que las personas que no son cercanas a ti te rechacen. Ahora estoy rodeada de chicos maravillosos de diferentes nacionalidades. Algunos conocen mi situación y les agradezco su apoyo. Quiero creer que puedo servirles en el futuro y así retribuir su amabilidad”, confía.

Seres queridos aparte, lo que más le preocupa ahora a Olha es encontrar “un buen trabajo para pagar el alquiler, comprar comida” y sentirse “ciudadana de pleno derecho de un país” que se ha convertido en su “segundo hogar”. Para lograrlo está realizando un curso de estética, en el que, a su vez, practica el idioma. “Quiero ponerme en pie lo antes posible y tener confianza en el futuro”, afirma, agradecida a las organizaciones que les prestan ayuda.

Como madre, Olha sueña con que a sus hijos “les vaya todo bien, aprendan el idioma y tengan tiempo de ser niños, con nuevos amigos”. Como mujer, aspira a “ser feliz” y, como ucraniana, desea que “esta guerra de pesadilla termine” y los políticos alcancen un consenso. “Cualquier guerra pone patas arriba la vida de una persona. Tarde o temprano terminará, pero hay muchos destinos muertos, mutilados. ¿Cómo olvidar lo que pasó? No quiero que nadie vea el fuego desde su ventana y sienta lo que realmente da miedo”.

2023-02-24T06:01:03+01:00
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