Polideportivo

Pogacar se inspira en Ezquerra

El fantástico esloveno corona el Galibier y resquebraja a Vingegaard en el descenso a Valloire, donde obtiene una renta magnífica para encaminar su tercer Tour
Pogacar festeja su gran victoria en Villoire.
Pogacar festeja su gran victoria en Villoire. / Efe

Al cuarto día, el Tour, acalorado, preso de la canícula, se apresuró hacia a la leyenda del Galibier, una cima mítica, que despunta con su corona de espinas a 2.640 metros. Dolor y gloria. El calvario helado, paredes de nieve que aprietan el gaznate porque en verano los dedos de nieve aún se acodan en el Galibier.

El oxígeno escasea, pulmones de arena, piernas con termitas. A esa altitud el hombre es un guiñapo, una marioneta a manos de la naturaleza salvaje. Indomable. El Galibier demanda sacrificios. Un altar al que se llega orando, a gatas. En 1934, Federico Ezquerra, se posó en él.

Fue el primer hombre en cruzarlo en una bicicleta que pesaba 14 kilos por una carretera descarnada, un pedregal. Alado Ezquerra, el vizcaino se convirtió en el Águila del Galibier. Así le llamaron.

Dos años después, Ezquerra, el mejor escalador de esa era, voló por la cumbre. Las alturas eran su hogar. Desde allí, en vuelo rasante, agarró la posteridad con su victoria en Cannes. Una victoria de película. Inolvidable. Casi nueve décadas después, Tadej Pogacar, emuló a Ezquerra. Calcó su hazaña. Un obra maestra.

Tadej Pogacar, líder del Tour.

Tadej Pogacar, líder del Tour. Efe

El genio esloveno, el muchacho que todo lo puede, atravesó el Galibier tras resquebrajar a Jonas Vingegaard y anidó feliz y dichoso en Valloire golpeándose el pecho dos veces. El más fuerte. Un forzudo. Poder intimidante el suyo. Suma 12 triunfos en el Tour, la misma marca que Miguel Indurain. “Es un sueño ganar entrando solo”, describió Pogacar, que desde el Galibier, a 2.640 metros de altura, imaginó Niza, donde acabará el Tour.

Vingegaard, fatigado, en meta.

Vingegaard, fatigado, en meta. Efe

Aún queda demasiado, pero trasmite señales formidables el esloveno, al fin liberado de Vingegaard. “Es una gran noticia estar así, con esta ventaja”, analizó tras su actuación, que le entronizó. El esloveno encontró oro en el descenso. Esa fue su mina. Eso le encumbró. Porque sobre la cima de Galibier apenas agrietó en cinco segundos a Vingegaard, al que se le cayó la máscara en la bajada a Valloire.

Un descenso de 18 kilómetros retrató al danés, emparejado con el esloveno en la alta montaña, sometido, empero, en el descenso que se le indigestó. El recuerdo de la curva de Olaeta, la que le dejó ovillado y dolorido en la Itzulia, pesó en Vingegaard, que ve alejarse al esloveno a 50 segundos. Una distancia sensible, pero no definitiva.

"Vine con la idea de estar perdiendo 2 minutos o mas, perder tiempo en 3 de las primeras 4 etapas. Y tener solo una diferencia de 50 segundos con Tadej, no está mal para mí. El Tour es largo. Tenemos un plan", dijo el danés. Manda Pogacar, de amarillo tras su enésima exhibición.

Campeón de cuerpo entero, enfoca su tercer Tour después de someter al danés y al resto de favoritos, que concedieron más de medio minuto en meta. Gloria y honor para Pogacar, que tiene 45 segundos de renta sobre Evenepoel y 50 respecto a Vingegaard.

Primoz Roglic y Carlos Rodríguez están por encima del minutos tras el primer combate de alta montaña. Mikel Landa, formidable, es séptimo. Pello Bilbao se desprendió. Penalizado por el Galibier.

Ataque en la cima

El último kilómetro del Galibier, un muro, disparó el colmillo de Pogacar, brutal su sacudida. Punzante. Quería desgarrar el Tour. Vingegaard le leyó la mente. No dudó. No se arruga el campeón danés. Juegos mentales. Enemigos íntimos. No había lugar para nadie más en otro Tour que se debatía en una baldosa. Pogacar, enérgico, chasqueó de nuevo el látigo. Eso hirió a Vingegaard, que cedió unos metros. Después, unos segundos.

En la cima del Galibier, solo 8 segundos les separaban. Tan cerca y tan lejos para el danés. El esloveno volador desplegó las alas en un descenso loco. Kamikaze. Pogacar es un loco maravillo. El genio de una época. El danés fue cediendo en la bajada, más temeroso que Pogacar.

Tintineaba el recuerdo de Olaeta. Carlos Rodríguez, Evenepoel y Roglic absorbieron los miedos del danés. Pogacar, que no teme a nada ni nadie, libre, desencadenado, se lanzó hacia su tercer Tour. La ventaja es suya.

Sestrieres y Montgenèvre elevaron el mentón hacia la Torre de Babel del Galibier. Oier Lazkano, aplastado por el calor días atrás, cauterizó le malestar y se enroló en la fuga que descontó las dos montañas con el permiso de los mejores, concentrados ante el coloso.

Pogacar ordenó un paso alegre, que era la pena para la fuga en la majestuosidad de los Alpes, alfombradas las laderas con con el resplandor en la hierba. Giraron al infierno de hielo, donde se queman los cuerpos, carbonizados por el esfuerzo. El crematorio del Galibier.

23 kilómetros al 5,1%, punzantes sus últimos kilómetros, afilados, por encima de los 2.000 metros de altura, allí donde la respiración es jadeo. A partir de ese punto, se ninguna rampa baja del 6% y se acumulan kilómetros al 8% y alguno al 9%, con rampas en el pico del 12%.

Escasea el oxígeno, aumenta el ahogo, aprieta la fatiga. Los límites que son posibles en menor altura, se antojan utopías en la claustrofobia que se aproxima al cielo. Se bloquea el cuerpo, que entra en pérdida, apelmazado, viscoso. El UAE aceleró como si preparase un esprint en las montañas. En fila de a uno.

Oier Lazkano, en solitario.

Oier Lazkano, en solitario. Movistar / Getty

Fenomenal Oier Lazkano

Oier Lazkano, bravo, pedalada profunda la suya, mostró la cresta de la insurrección hacia el punto de fuga que se ensortijaba en las cumbres rotundas, acariciadas en por las caprichosas nubes blancas que decoraban el friso azul. El viento se enfrentaba a los rostros, boxeados, acumulando muecas y arrugas. A la intemperie.

Las montañas purifican el alma, pero envejecen la piel. Es el precio a pagar. Lazkano se entregó a su misión. Rebelde con causa. Extraordinario el gasteiztarra, un ciclista de rompe y rasga. Giró el puerto, de Lautaret, para recostarse hacia la tortura. No le asustó a Lazkano, un ciclista expansivo. Está creciendo hacia las alturas. Subió al podio como el ciclista más combativo del día.

Le devoró el dragón que monta Pogacar. El esloveno dispuso otro relevista para mantener el fuego. Almeida descascarillo a Carapaz. El líder, sufriente. Jorgenson guiaba a Vingegaard, arrullado junto a Pogacar.

En el grupo perduraban Evenepoel, Carlos Rodríguez, Landa, Roglic… Carapaz se debatía en el retrovisor del olvido. Vingegaard bizqueaba, pasaba revista. General. Quería situar la escena. Pello Bilbao se encogió. El mismo destino de Thomas, Vlasov o Hindley.

Superioridad del UAE

El UAE, obstinado, obsesivo, aisló a Vingegaard por vez primera. Solo el danés ante el escuadrón del esloveno. Ese ritmo era una corbata de plomo. Almeida arengó a Ayuso, que racaneaba, a que mantuviera encendida la hoguera.

Resistía formidable Evenepoel, menos pesado. 2,5 kilos más ligero que en el Dauphiné. Roglic padecía en el filo. En el alambre. Funambulista. No cedió del todo.

Entonces emergió Pogacar, sideral. Su estrella la opacó por un momento Vingegaard hasta que el esloveno, deslumbrante, le dejó ciego en el descenso, a tientas en un Tour que alumbra a Pogacar, alado.

“Parecía que me habían nacido alas aquel día”, contó Federico Ezquerra sobre su ascenso al techo del Tour. Lo coronó en dos ocasiones, en 1934 y 1936, año en el que, según destacaba su nieta, “batió el récord de ascenso y, al modificar la carretera, ya no se lo pudieron quitar”.

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Un UAE perfecto

El récord del Galibier pertenece ahora a Pogacar. Ezquerra saboreó la gloria, masticó varios pedazos de historia del Tour, pero el hambre no solo se combatía con victorias entonces.

“Se llevaban la gallina bajo el brazo cuando cogían el tren para ir a correr el Tour”. El alimento del esloveno son las hazañas que acumula en la despensa de la historia. Corre hacia la eternidad. Pogacar se inspira en Ezquerra.

2024-07-03T16:00:04+02:00
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