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Ainhoa Elorriaga tiene daño cerebral: “Pensar me duele, pero eso significa que estoy viva”

Sufrió un accidente que le causó un daño cerebral severo. Pese a que la daban por desahuciada, revertió su pronóstico y ha plasmado su “titánica lucha” en un libro
Ainhoa Elorriaga, de 42 años, licenciada en Comunicación Audiovisual, trabaja “sin paro ni vacaciones” en su rehabilitación en su domicilio de Busturia.
Ainhoa Elorriaga, de 42 años, licenciada en Comunicación Audiovisual, trabaja “sin paro ni vacaciones” en su rehabilitación en su domicilio de Busturia.

Ainhoa Elorriaga tiene a sus neuronas fritas. Lo mismo las anima cariñosamente, “Venga, que vosotras podéis con todo”, que las amenaza: “Como no hagáis caso, os voy a dar una chapa que os voy a atrofiar”. La estrategia, al menos a ella, le ha funcionado. “Cuentas esto a alguien y dice: A esta se le va la olla”, bromea. Pero no. A pesar de haber sufrido en 2004 un accidente de tráfico que casi le cuesta la vida, esta vecina de Busturia tiene la cabeza en su sitio. Eso sí, con daño cerebral adquirido. De cómo ha pasado de estar “en posición fetal, como una piedra”, en la cama con un pronóstico, en el mejor de los casos, de estado vegetativo, a darse un baño en la playa, aprobar el C2 de euskera o caminar hasta la estación de tren da cuenta en el libro Ganas de vivir, un relato de superación personal, pero también “un grito de socorro” para que la sociedad favorezca “la reintegración de las personas con discapacidad”. El trayecto ha sido duro. “Aunque parece chiste, hasta pensar me duele, pero eso significa que estoy viva”.

Ainhoa quiere que su historia rezume “positividad”, pero el comienzo es el que es. Con 24 años, una carrera, dos másteres y un contrato fijo en ciernes, sufrió un accidente al volante de su vehículo, en Zornotza, que dio al traste con su futuro laboral y casi con su vida. “Casualmente pasaba una ambulancia por allí. Si no, no estaría aquí”, apunta. Si aquel día se le brindó una oportunidad, la ha sabido aprovechar. “Tenía daño cerebral severo. La siguiente fase es la muerte. Pasé tres semanas en coma profundo y cinco meses y medio en coma inducido”, recuerda. Después, dice, fue “un suplicio total”. “Estaba reviviendo mi adolescencia y de repente solo veía negro, me dolía todo el cuerpo como si fuera una bomba a punto de explotar, no podía respirar ni hacer nada. Estaba así unos segundos, cada vez más a menudo, y empecé a escuchar cosas negativas, como vegetal”.

Cuenta Ainhoa que los médicos la llaman La salvaje por su empeño en recuperar su autonomía. Al principio la apodaban El montón de cables. “El primer día que mi padre me vio se cayó al suelo. Mi madre no me dejaba ni un segundo sola por si me moría sin estar ella. Les decían que era mejor que falleciese y ellos se negaban”. De hecho, su madre le ponía la música de Mikel Urdangarin. “Dice que ponía una sonrisa de oreja a oreja”.

Cuando Ainhoa fue recuperando la consciencia la embargaron el dolor y la rabia. “Quería abrir los ojos y no podía. Tenía la lengua caída hacia la izquierda y pensaba: ¿Por qué no la puedo meter para que no se me caiga la saliva? Para hacer sufrir, prefiero no estar, pero luego decía: Yo vegetal no me quedo ni por el forro”, relata.

Me tocaba la cabeza sin pelo y pensaba: Ya puedes trabajar; si no, voy a jurar en hebreo

Ainhoa Elorriaga - Mujer con daño cerebral adquirido

Así que se puso manos a la obra. Porque lo único que podía mover era su mano izquierda. “Me tocaba la cabeza sin pelo, no te puedes imaginar qué suave, y pensaba: Ya puedes empezar a trabajar y a hacer las conexiones neuronales porque si no, voy a jurar en hebreo. Hay que enseñarle otra vez al cerebro todo, hasta a abrir los ojos, pero si hay ganas, se hace”, afirma.

Ante los comentarios negativos, “qué mal estás, no te vas a recuperar”, ella se venía arriba: “Te vas a enterar, voy a hacer más de lo que piensas”. Y con esa actitud de echada para adelante ha ido dando vuelta con el paso de los años y mucho esfuerzo a aquel pronóstico que la desahuciaba. “Los médicos no saben cómo vivo. A los fisios les decía: Me gustaría levantarme de la silla de ruedas agarrando con las dos manos a mis padres y sentarme en el sofá. Ainhoa, no delires, que tienes muy bien la cabeza y eso es imposible. ¿Ahora sabes qué me dicen? Que siga delirando, por favor”. No en vano ha logrado caminar con la muleta y, sobre la arena mojada, sin ella. “¿Tú sabes lo que es? Este año me he bañado por primera vez en la playa de San Antonio. Lloré tanto que me decían que se iba a salir el agua. Es que no me dolía nada y no sabía si estaba delirando o estaba bien”.

Por mucho que les hables a las neuronas “en positivo”, no se les puede pedir imposibles. “Tampoco hay que decirles: Quiero correr porque no voy a poder, pero, aunque sea, ponerme de pie, tragar, ver, porque yo he estado años sin poder”, subraya y aconseja “hacer todo lo que se pueda para recuperarse un 1% y, entonces, dices: ¿Cómo que un 1%? Un poco más”.

“Es muy duro, te cambia la vida”

Pese a sus limitaciones, Ainhoa no está dispuesta a arrojar la toalla. “Hace cinco años aprobé el C2 de euskera y me decían: ¿Para qué lo sacas si nadie quiere trabajar contigo? Pues para mi autoestima, para sentir que no soy tonta”, explica esta licenciada en Comunicación Audiovisual que, cuando estaba inmóvil, para sufrir menos, mantenía la cabeza ocupada “haciendo multiplicaciones o pensando palabras del revés”.

Tengo mucho dolor físico, pero duelen más las humillaciones de la gente, que se avergüencen de ti o piensen que quieres dar pena o ir de víctima

En este tiempo también ha aprendido que es “más fuerte” de lo que creía y que el daño cerebral adquirido ayuda a hacer limpieza en la agenda de teléfonos. “Yo tengo mucho dolor físico todos los días, pero duelen más las humillaciones de la gente, que se avergüencen de ti o piensen que quieres dar pena o ir de víctima”, confiesa esta mujer, cansada de tener que lidiar con la incomprensión. “Fulanito tiene esclerosis múltiple, tú no tienes nada. ¿Cómo que no? Tengo un golpe severo en la cabeza. ¡Si se me desconectaron todos los cables! No daban ni una orden al cuerpo. Te hacen de menos en todos los sentidos”, lamenta.

A sus 42 años, si le preguntan en qué trabaja, contesta que en su rehabilitación “todos los días sin paro ni vacaciones ni fines de semana”. Las máquinas con las que se mantiene en forma, en el salón del domicilio familiar, echan chispas. “Mis aitas me dicen: ¿No puedes estar tranquila viendo la tele? Digo: He estado muchos años quieta, déjame moverme. Quiero que sepan que estoy haciendo todo lo posible y eso es lo que me da fuerza para trabajar duro. Esta es la carrera más importante de mi vida y quiero sacar matrícula de honor”, asegura con orgullo, tras descartar la posibilidad de tener un empleo ordinario: “No puedo trabajar ocho horas y tampoco quiero que, como tengo un 84% de discapacidad, me pongan a ordenar vasos de una caja a otra”, reconoce.

Lo bueno de empezar de cero es que cada logro es un mundo. “Quién me iba a decir que iba a poder andar. Cuando me operaron las piernas lloré tanto que no sabía si estaba en la cama de un hospital o en la piscina. Una pasada. Valoras todo de otra forma”. También a las amigas con las que suele salir a tomar algo. “Son como hermanas, me quieren como soy”.

Tras reconocer que el daño cerebral adquirido “es muy duro y te cambia la vida”, Ainhoa se afana en “ser persona lo máximo posible”. Más que nada porque tiene para rato. Ya se lo decía el cura del pueblo: “En el cielo no te quieren y en el infierno vas a mandar a todos a tomar por saco, así que te tienes que quedar aquí en medio. Me hacía reír tanto que me ahogaba”.

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2022-10-31T06:59:03+01:00
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