El PP del terruño ha pedido el frasco de las sales porque Aitor Esteban dijo el miércoles que el rey estaba desnudo, o sea, que el BBVA no es un banco realmente vasco. La franquicia genovesa ve como una ofensa tal consideración cuando la entidad, dicen, "lleva el nombre de Bilbao y de Vizcaya [sic] por el mundo y cotiza aquí". Respecto a lo primero, como escribió atinadamente Iñaki González en Deia, estamos hablando de una compañía con sede vasca y empadronamiento en Madrid. Y ese mismo hecho es el que minimiza el segundo argumento de los liderados por De Andrés. Puesto que se cotiza en función de la actividad en los tres territorios, lo que queda finalmente en las arcas forales no diré que es testimonial pero sí que es una cantidad ínfima en relación a los muchísimos millones de beneficio anual.

No lo anoto como reproche sino como mero dato. Soy de los convencidos de que el capital no tiene patria y, generalmente, tampoco corazón. Por eso mismo, sonrío al ver que el episodio de la OPA al Sabadell se esté viviendo con una actitud, tanto a favor como en contra, que roza el forofismo. Que el Gobierno español haya abierto un proceso de consulta pública que huele a postureo a kilómetros es la penúltima muestra de que el asunto se ha sacado de quicio. A buenas horas se escandalizan algunos al ver que en la jungla financiera prevalece la ley del más fuerte. Piensen los lectores que peinan canas o se las tiñen en el número de bancos y cajas de ahorro que había en su mocedad y en las entidades que sobreviven hoy. A base de fusiones, da igual a la fuerza que amistosas, se ha ido reduciendo la oferta. Y allá cuidados si eso suponía pérdida de empleos, empeoramiento del servicio a los usuarios o deslocalizaciones. Recuérdese, que el propio Sabadell, que ahora tiene el papel de pez chico, ha ido creciendo a golpe de absorciones y fue el pez grande que, entre otros, se comió al Guipuzcoano. En palabras de Rato, es el mercado, amigo. Probablemente, en este caso también lo será.