Lo dejé escrito aquí mismo no hace mucho. Quiero, con todas mis fuerzas, ver el vaso medio lleno. Después de nueve meses de trabajo intenso y enormemente generoso por parte de multitud de personas relacionadas con el ámbito sanitario, no puede ser que se imponga el politiqueo estomagante de carril con el que EH Bildu está regando los prolegómenos de lo que, mañana, debe ser la certificación de un gran acuerdo para mejorar nuestro sistema público de salud.

Se entiende el vértigo de los autoproclamados soberanistas de izquierdas ante la posibilidad de verse clamorosamente fuera de juego de un consenso transversal construido a base de dejar toneladas de pelos en la gatera, en la convicción de que nadie es poseedor de la verdad absoluta. O, sin ponernos tan épicos, en la humilde aceptación de que, en cuestión tan delicada, los postulados propios no son mayoritariamente compartidos.

Ni al Departamento de Salud ni a Osakidetza se les puede achacar el menor intento de arrimar el ascua a su sardina ni de ser juez y parte del proceso. Baste decir que ni siquiera tienen voto en ninguna de las 24 mesas sectoriales que conforman el pacto. Son las y los representantes de los diferentes colectivos quienes tienen la última palabra.

Y resulta que, en el momento de escribir estas líneas, el acuerdo sin fisuras ha imperado en 22 de ellas. Los únicos flecos están en lo que se refiere al establecimiento de los márgenes de colaboración con el sector privado. Es ahí donde, tirando de demagogia de cuarta regional, Bildu pretende hacer presa. Contra la opinión mayoritaria y contra los hechos probados, el segundo partido en votos de la demarcación autonómica aboga por una ensoñación norcoreana que llevaría a publificar hasta las máquinas de vending de los centros sanitarios. Son puras ganas de hacer ruido y de politizar un organismo, la Mesa de Salud, que ni de lejos es un conciliábulo político, aunque a Otegi y Otxandiano les convenga hacer creer lo contrario.