Manolo García sigue consternado por la DANA que arrasó la provincia de Valencia. “Se me ponen los pelos de punta”, dice el músico barcelonés, de 69 años, al rememorar la catástrofe. El exvocalista del grupo de rock El Último de la Fila ha publicado este otoño su primer libro de relatos, Tïtere con cabeza (Aguilar). El autor de clásicos del pop-rock en castellano como Pájaros de barro o Nunca el tiempo es perdido está triunfando con su gira, con la vista puesta en enero, en el concierto solidario que ofrecerá en Valencia el día 18 en apoyo a los afectados por la DANA.
En esta gira agota entradas allá donde va. ¿Dónde cree que está la clave de su éxito?
-Hay una serie de canciones que forman parte del sueño musical de mucha gente. El grupo de donde provengo [El Último de la Fila] tuvo un gran éxito y luego he tenido la suerte de poder hacer una carrera en solitario que también ha calado en los aficionados de la música pop de este país. A todo eso se le suman la pasión y las ganas que le pongo a este oficio, que no han bajado ni un ápice. Siempre he querido comunicar esa felicidad. Hay una tercera clave. Desde que empecé con Los Rápidos en el año 81, he tenido un absoluto respeto por el público. He pensado en el público en todos los sentidos; desde el precio de las entradas hasta el show que voy a ofrecer. No quiero que se lleven un chasco. Voy con una buena banda, no tengo reparo en llevar el mejor equipo de sonido y luces posible… Hay que pensar en la gente, que es al final quien te sostiene.
Sale con todo: con una banda de ocho músicos y hasta una bailaora.
-Intento que sea ameno y variado, porque mis conciertos son más largos de lo que usualmente se estila; suelen durar tres horas o tres horas y pico, en las que poco a poco te vas calentando. Tienen que pasar cosas distintas en el escenario. Si mis conciertos fueran más cortos, escogería un ramillete de canciones seleccionadas, 14 o 15, y ya está.
El cantante del grupo sevillano Derby Motoreta’s Burrito Cachimba contaba en un pódcast que lo difícil no es triunfar en Madrid o Barcelona, sino dar el callo en todas las provincias…
-Estoy completamente de acuerdo. He sido de ir puerta a puerta como hacían los juglares. Cuando empecé con Los Rápidos metíamos a muy poquita gente en los conciertos, pero yo tenía esa idea de estar tocando como si fueran una multitud. Ese era el espíritu y lo sigue siendo a día de hoy. He ido a todas las capitales de provincia y a ciudades y pueblos que no son ni capitales. He picado piedra. No podría actuar solo en grandes recintos en Barcelona y Madrid, coger la pasta y quedarme en casa o irme de vacaciones. Yo lo que quiero es tocar. Soy músico. Lo que me hace feliz son los conciertos, los ensayos, probar un arreglo nuevo con la banda… Es lo que le da sentido a mis días.
¿Cómo era irse de gira en los años 80 y 90?
-Había una eclosión de conciertos. Ir a un concierto era un acontecimiento bárbaro. La gente vivía más tranquila y tenía menos sufrimiento en la cabeza. Recuerdo la primera vez que fui a la Semana Grande de Bilbao. Todo era felicidad, un jolgorio desbocado.
Si tuviera que quedarse con una sola cosa de Bilbao, cualquier cosa, ¿qué sería?
-Con el museo Guggenheim, porque soy muy aficionado a la pintura. Ha sido todo un acierto para Bilbao. Déjame que le sume también la gastronomía local.
Con lo polarizado que está todo, aún sigue cantando al amor abiertamente: “Hoy pensé que un poco de amor no puede hacerme daño /, me vendrá bien”.
-Creo que los males del mundo proceden de la falta de amor. Los dioses maravillosos que invocaban una vida de templanza están de vacaciones o se les ha apartado. El dios que ha suplantado esas deidades benefactoras es el dios del dinero y del egoísmo, el de tú, tú y tú. Falta amor, pero no solo el amor romántico, que está en fuera de juego. Las relaciones se han banalizado. El amor que más me interesa es el que se da en todas las direcciones, entre los seres humanos que de forma inesperada esparcen una simiente y comparten sus vidas. La cantidad de gente joven que ha acudido a Valencia a realizar un trabajo muy grande con su esfuerzo es amor. Es el tipo de amor que necesitamos.
“ Los males del mundo proceden de la falta de amor ”
¿Cómo ha vivido lo ocurrido en Valencia? ¿Qué es lo que se le ha pasado por la cabeza al ver las imágenes de la tragedia?
-La misma consternación que a todo el mundo. El pasmo y el horror. Tengo amigos que viven en algunas de las zonas afectadas. Ha sido un desastre tan grande… Es terrible el sufrimiento por el que está pasando tanta gente. Qué pena que la vida y la muerte estén tan indisolublemente unidas. Pero lamentablemente es así. Lo que ha activado todo esto, su inicio, tiene que ver con el impacto que nuestras acciones tienen sobre el planeta. Como todos sabemos, el aumento de la temperatura del planeta y del mar es un hecho. Nos lo están diciendo los científicos por activa y por pasiva. Ahora espero que las administraciones que todos los españoles pagamos con nuestro dinero ayuden de verdad, y no con la boca pequeña. Es el momento de que nadie quede fuera de juego. Las ayudas tienen que llegar a todos los afectados, no solamente a las empresas. Y espero que lo hagan a toda máquina.
¿En la gestión de la DANA tienen la misma culpa Sánchez que Mazón?
-No quiero culpabilizar a nadie, pero vivimos en un territorio en el que hay hasta un ministerio de Tecnología y todo tipo de administraciones públicas -me da igual si son competencia del Gobierno central o autonómico-, que pagamos entre todos y que tienen que demostrar que sirven para algo; especialmente en estas situaciones tan duras. La ciudadanía ha respondido con generosidad e inmediatez, dando muestras de su humanidad. Este hecho ha significado que en las zonas afectadas no se encuentren realmente solos en los primeros días de la catástrofe. [Desde la política] No basta con proferir frases. Se requieren acciones desde un primer momento. Igual que a la ciudadanía se nos exige que cumplamos con nuestras obligaciones, ellos tienen una obligación muy seria con el pueblo.
Volvamos a la música. El primer single de Los Rápidos fue Amor biodegradable, así que sigue cantando al amor cuatro décadas después.
-[Ríe]. La letra es de Jaime Gonzalo, un periodista musical que es amigo mío. Retrata un poco la época juvenil en la que estábamos todos inmersos en la Barcelona de los 80. Salíamos mucho por la noche y gastábamos bromas entre nosotros. En una de esas salió esta canción y la letra nos hacía mucha gracia. Cuando la cantaba salía con unos embudos en la cabeza en el escenario.
Practica ese cajón de sastre llamado pop-rock que ya no se estila.
-No he querido o no he sabido modernizarme. Yo tengo una querencia hacia la guitarra eléctrica, que es la madre de todos mis gustos. A eso le he añadido unas guitarras españolas que funcionan muy bien. Con 14 años pude entrar a hurtadillas a un concierto de Smash en el que tocaba Manuel Molina (de Lole y Manuel) y vi que ese maridaje funcionaba. En mis conciertos llevo dos y tres guitarras eléctricas y luego una bandurria, una guitarra española… Sigo escuchando con todo el cariño del mundo a Janis Joplin, Led Zeppelin y la Creedence. Soy muy setentero y lo seré siempre. Soy hijo de mi tiempo.
Uno de los personajes de su libro de relatos, Títere con cabeza, un policía valenciano, dice en un momento dado: “Santo dios, ¿pero es que el mundo se ha vuelto loco?”. Parece una pregunta retórica.
-El mundo siempre ha estado loco. Es el estigma que llevamos como seres humanos, y nuestro objetivo es luchar contra él. Pero con el tiempo te das cuenta de que el burro que llevamos dentro no se apacigua. No hay más que mirar lo que pasa [en la guerra entre Israel y Palestina], donde en lugar de responder a una bofetada con otra bofetada se comete un genocidio. No hemos aprendido nada después de 20 siglos de civilización cristiana.
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Disco doble, doble ración de pop-rock
Manolo García tiene prohibido dormirse en los laureles. O eso parece desde fuera: en 2022 publicó dos discos de una tacada, Mi vida en Marte y Desatinos desplumados, 27 temas en total, cerca de dos horas de música, que ahondan en su clásico tándem de pop y rock con unas pinceladas de rumba. Un lanzamiento simultáneo de este tipo no suele ser del agrado de las discográficas, que obedecen normalmente a una lógica puramente comercial. ¿No le pararon los pies desde Sony Music? “Tengo un trato cordial con ellos y respetan mis decisiones. En la compañía funcionan con unos parámetros económicos, pero tengo la suerte de que todos los discos que he hecho desde El Último de la Fila han ido muy bien”, explica García.
Algunos de sus discos favoritos de la historia del rock son dobles. Menciona expresamente London Calling, de The Clash (“no hay una canción mala”) y asegura estar tan “zumbado” como para sacar otro doble LP. Lo que no le motiva en absoluto es la tendencia de sacar los temas a cuentagotas en las plataformas musicales. “Me aburre. Me gusta el concepto de un disco entero, porque ahí está toda la emoción que se ha capturado durante todo el recorrido de composición y grabación, con sus deslices y virtudes”. Y concluye con lo que parece una filosofía de vida: “Un disco es como estar un rato juntos. Yo no tengo prisa por nada. No juego a eso”.