No me cansaré de glosar la certera frase que soltaba Mel Gibson en no recuerdo qué entrega de Arma Letal: las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene una.
Esto, que ya era verdad verdadera cuando Internet no estaba ni se le esperaba, se ha multiplicado por n en la cuasi dictadura de las redes sociales.
No hay acontecimiento grande, mediano, pequeño o ínfimo que no divida al personal en como poco dos banderías que, luego a su vez, pueden ir teniendo escisiones sucesivas, de modo que la gresca puede acabar siendo un guirigay en el que el observador no avezado se pierde de todas, todas.
El motivo de pasmo definitivo es que hay seres humanos que se sitúan sistemáticamente a la contra y siempre pretendiendo ser portavoces de la postura más progresista, requetechachipiruli y, por supuesto, sin derecho a réplica.
Lo acabo de comprobar, por partida doble, en la gala de los Goya del pasado sábado. Con razón, muchos usuarios de twitter se lanzaron a afear los chistes crueles sobre los kilos que ha engordado la actriz Berta Vázquez. Pues hete aquí que apareció una amplia brigadilla de moralistas a pontificar que se estaba abogando por los hábitos no saludables y por la obesidad mórbida.
Toma ya. Y no le fue a la zaga lo que le sucedió a Telmo Irureta, por proclamar al recibir el cabezón en la categoría de actor revelación, que las personas con discapacidad "también existimos y follamos".
Ni dos segundos tardó en hacerse visible la triste cofradía de la ortodoxia a acusar al de Zumaia de putero y, ahí es nada, de defensor de la explotación sexual. Me gustaría estar exagerando, pero les juro que no.