Alguien debería escribir una tesis doctoral sobre la voz aflautada como síntoma de complejo autoritario. Franco es el caso más obvio. Cristóbal Montoro, otro. El que fuera gran inquisidor fiscal del PP acaba de ser imputado por presuntamente cocinar leyes a medida para ciertas compañías energéticas, en especial gasísticas, que por lo visto tenían línea directa con el BOE. No comparece ante el juez, no: es el juez quien ha decidido llamarlo por posibles delitos graves, con olor a tráfico de influencias, prevaricación y alguna otra especia de la casa.

Y no, esto no es un escándalo menor comparado con el sainete Cerdán-Ábalos-Koldo. Es justo al revés: aquello es cutrerío de maletines y feriantes. Lo de Montoro es alta cocina institucional. No hablamos de un asesor con comisiones, sino del ministro de Hacienda que manejó los presupuestos del Estado con puño de hierro, el arquitecto del austericidio, el que decidió quién vivía y quién moría económicamente.

Esto es la Hacienda patriótica del PP, la hermana tecnócrata de su policía patriótica y de aquella trama Kitchen que espiaba a los propios para tapar la mugre. Y ahora, por fin, el PP recibe de su propia medicina: un juez que pregunta, una sospecha razonable, un rastro legislativo demasiado conveniente para demasiados intereses privados.

Hacienda no éramos todos. Hacienda eran ellos. Y si protestabas, eras un insolidario. Hoy, los patriotas fiscales andan afónicos. A lo mejor es cosa de la voz, que se les ha perdio a Feijóo, Tellado, Muñoz y demás abroncadores gaviotiles. Menudo balón de oxígeno para Pedro Sánchez.