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Jungels puede con el covid y Castroviejo en el Tour

El luxemburgués remata una fuga de 60 kilómetros mientras los favoritos pactan un armisticio en los Alpes en vísperas del día de descanso
Bob Jungels, durante la escapada.
Bob Jungels, durante la escapada.

La postal de los Alpes, festoneada por el calor, el sol que de amarillo enlaza casi al blanco, sol que abrasa, sol que crepita, abrió las compuertas al dragón. Escupió fuego el día desde la salida, a la que no acudió Guillaume Martin, otra víctima del covid. Bob Jungels se alistó al Tour con la enfermedad a cuestas. Apenas tenía carga viral del virus y se adentró en la aventura. Esa decisión, alocada para muchos, éticamente reprobable para otros e imposible con el anterior protocolo covid, y la determinación que demostró en una fuga de 60 kilómetros le dio el triunfo en solitario en Chátel Les Portes du Soleil. Fue una actuación memorable la del luxemburgués. Una extraordinaria exhibición de convicción, fuerza y resistencia. Abrió las puertas del sol. Un rayo de sol le iluminó el rostro tras meses en las sombras.

Lo maldijo Jonathan Castroviejo, segundo en meta. El vizcaino se lamentó por dejar crecer al luxemburgués tiempo atrás, cuando atacó en el Col de la Croix. En el grupo de fugados, hasta entonces, numerosos, pensaban que la apuesta de Jungels era un ocurrencia ventilada por el calor. Calculó mal Castroviejo. Lo supo en meta. Se enfadó. ¿Y si? Se arrepentirá el vizcaino, que fue el más fuerte entre los que trataron de derribar el sueño de Jungels. Pinot a punto estuvo de domar a Jungels, pero se le esfumó. Evaporado como el sueño de una noche de verano. Jungels creyó en sí mismo. La fe mueve montañas. El luxemburgués hizo palanca con la fuerza de sus cuádriceps y la resistencia de su mente –fue capaz de soportar la presión de una persecución repleta de ambición–, en los Alpes para hacerse un hueco en el libro de la contabilidad del día a día en el Tour.

PAZ ENTRE LOS FAVORITOS

La economía doméstica la dominó el luxemburgués. El cuadro macroeconómico lo gestionó Pogacar, que esprintó. Vingegaard no le dio ni un metro. El líder quiere alejar al danés aunque sea a pellizcos de segundo después del primer encadenado montañoso, que finalizó con un entente cordial de los favoritos salvo por esa pulsión del esloveno, que rebañó tres segundos. Cualquier día esprintará por pasar primero la raya de un paso de peatones. Recuerda a Merckx desgañitándose cuando vio una pancarta colgada y era una reivindicación del partido comunista. Otro apunte para su leyenda. Pogacar, competidor feroz, despachó la jornada sin grandes pasiones. En un territorio ideal para probarle, el Jumbo y el Ineos dieron la callada por respuesta. No hubo eco en los Alpes. Silencio y al día de descanso.

Sus rivales corrieron soto voce para no molestar al líder, bien parapetado por sus guardaespaldas, que pastorearon las subidas. El Jumbo, en manifestación, no tuvo ni un tic de valentía. El Ineos prefirió pasar desapercibido. Nada de colores. De ciclismo a dos tintas. Cuando se requería el blanco o el negro, ambas formaciones eligieron el gris marengo, el tono exacto para no llamar la atención y no desentonar. El amarillo es chillón, un punto extravagante, algunos sugieren que agresivo, pero es alegre y combativo.

CÓMODA RENTA

Casa de maravilla con la personalidad de Pogacar en bici. El esloveno pondrá las piernas en barbecho el día de descanso con 39 segundos sobre Vingegaard, su rival más fuerte, 1:17 sobre Thomas, 1:25 sobre Yates, 1:38 sobre Gaudu, 1:39 con Bardet, 1: 46 con Pidcock y 1:50 con Mas. Vlasov y Daniel Martínez ya no cuentan. Roglic está demasiado lejos tras la caída camino de Arenberg. El esloveno acumula un retraso de 2:52. Era el más cualificado adversario junto al danés y al segundo día de asueto Pogacar se lo ha quitado de encima. Las cuentas le salen al líder.

"Creo que si la etapa hubiera tenido un kilómetro más le habríamos pillado"

Jonathan Castroviejo - Ciclista del Ineos

El encuentro alpino instó al akelarre, a una ruleta rusa de ataques, un carrusel. Movimientos y sacudidas varias en busca de un jornal glorioso. Se armó una alineación, 21 ciclistas, en fuga. Jungels, Castroviejo, Ion Izagirre, Pinot, Verona, Van Aert o Rigoberto Urán. El colombiano puso en guardia a Pogacar, que le dio sedal a la aventura, pero siempre tuvo bajo control el vuelo de la cometa. El colombiano fue en algún fotograma líder virtual. El de verdad insertó a McNulty a modo de topo en el grupo.

El col des Mosses lo encabezó Pierre Latour. Muchos años antes, lo inauguró Jean Robic. El francés se fracturó el cráneo durante una París-Roubaix. Desde entonces se protegió la cabeza con una chichonera. Los otros ciclistas le llamaban, de modo despectivo, Cabeza de Cuero. El pequeño Robic, campeón del Tour de 1947, era bravucón, indomable y retador. En una carrera, el menudo francés cogió un martillo y se golpeó la cabeza para mostrar las virtudes de su casco de cuero. "Lo veis. No se rompe". Inmediatamente empezó a correr un chorro de sangre y Robic cayó desplomado.

LA APUESTA DE JUNGELS

En el Col de la Croix, los escapados gestionaban una buena renta. Comenzaron a dañarse entre sí. Fuera las grapas. Hubo quebrantos. Jungels, que partió de Copenhague con el covid en el organismo, fue el primero en hacer cima en un grupo disgregado. El líder continuaba arengando a su equipo. La guardia de corps del UAE abría huella a modo del Ineos. Para entonces, Fuglsang era una pena. Froome una reminiscencia de un pasado glorioso. El presente corre demasiado para ambos. En esa dimensión se midieron el UAE y el Jumbo. Los porteadores de Pogacar sumaban un comando de cuatro hombres. Los neerlandeses tenían media docena de dorsales, Vingegaard y Roglic, incluidos en el puerto definitivo. Equilibrados. Felices en el estatus quo.

Jungels, que volvía a la luz desde el sótano del anonimato después de que menguara su impacto, vigoroso tiempo atrás, era ajeno a las discusiones menores de la jerarquía. De ahí se desgranaron Daniel Martínez y Vlasov, otra vez señalados por el dedo índice del Tour. Los escaladores de Pogacar apresaron buena parte del grupo intermedio. Allí cedió Izagirre. Castroviejo eludió ser esposado. Se resistió Pinot, que es un escalador romántico. El francés, a pecho descubierto, el maillot abierto como un libro, perseguía obsesivo a Jungels, ojos hundidos, rostro sin marco. Boqueaba el luxemburgués, descamisado.

SIN TENSIÓN ENTRE LOS NOBLES

Los favoritos se miraban y se refrescaban el cogote. Agua para aplanar el calor. Esa era la máxima tensión. Mandaba la precaución y la timidez. Nada de descorches. Un entente cordial. Se enfrió la subida y se congeló la lucha de la general. El fuego estaba delante, en la pelea cerrada de Jungels, Pinot y el dúo que componían Castroviejo y Verona. Cada hueco, de 20 segundos. Doblado el cabo del Pas de Morgins, la última montaña de la jornada, el descenso agarró por la pechera a los cuatro. Jungels tomó aire. Suficiente para el grito de meta. Pinot se quedó sin él. Torpe en el descenso. Castroviejo, que baja con enorme seguridad y destreza, fue capaz de sobrepasar al francés y descartar a Verona. Se le escurrió el luxemburgués. Jungels puede con el covid y con Castroviejo en los Alpes.

2022-07-11T16:27:02+02:00
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