Para mí sería más cómodo ahorrarme estas palabras, que indudablemente servirán para que se añadan estrofas a los poco cariñosos cantares que ya se dedican y a mucha honra, pero oigan, si hasta el diario La Vanguardia dedicó su editorial del pasado sábado a glosar en tono laudatorio los 10 años que acaba de cumplir Iñigo Urkullu Renteria al frente del Gobierno Vasco, cómo va a escurrir el bulto de referirme a la efeméride, este humilde hablador que tiene un gran concepto del de Alonsotegi desde bastante antes de que cupiera imaginar que un día acabaría siendo Lehendakari.

Y justo por ahí empieza mi reflexión. Si era difícil augurar que llegaría a ser la primera autoridad de la demarcación autonómica, no eran ni mucho menos, porque no atesorase valores y capacidades. De hecho, le sobraban, pero le faltaba lo que por desgracia, en la política actual suele ejercer de trampolín hacia los primeros puestos de las listas y en última instancia hacia los cargos. Me refiero al desparpajo para decir hoy arre y mañana so, o resumiendo más a la facultad de regalarnos a los plumillas titulares facilones, llenos de chispa, pero ayunos de verdad. Que va a un aunque no es ni por asomo el tipo soso y aburrido que se pinta.

Urkullu jamás ha jugado ni jugará la baza de la declaración pirotécnica. Lo suyo es, el trabajo contumaz, casi obsesivo, y una convicción a machamartillo que desde luego, no le libra de incurrir en errores, de tomar decisiones equivocadas. Pero si nos da la garantía de que cuando eso ocurre jamás es ni por cálculo ni por vocación de hacer el mal. Comprendo que no es lo que se lleva, pero a mí me infunde confianza, mucha.