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Entre Marijaia y La Vuelta

Centenares de personas se acercan a la meta de Gran Vía para celebrar el triunfo de Marc Soler en la quinta etapa de una prueba que disfrutó del ambiente de las fiestas
La marea naranja se dejó ver en la meta de Gran Vía.
La marea naranja se dejó ver en la meta de Gran Vía.

Antes de cruzar la línea de meta, con una sonrisa deshidratada, Marc Soler se besó la muñeca y se llevó el pulgar a la boca, dedicándole la sufrida victoria a su familia. El corredor del UAE Team Emirates estuvo acertado incluso sin saberlo. Porque en plena Aste Nagusia festejar el triunfo de etapa con ambos brazos en alto bien podía haberse interpretado como un gran tributo a Marijaia. Esa rubia de trapo que, durante nueve días, pone a bailar a medio Bilbao. Sin embargo, con permiso de la reina de la fiesta, esta tarde los botxeros danzaron al ritmo de La Vuelta. De una quinta etapa espectacular que llenó los montes vizainos de los aficionados más calentados y que dejó la Gran Vía para los seguidores más tranquilos y urbanos. Así, con la meta situada en la arteria principal de Bilbao, la competición ciclista se convirtió en la primera txosna del poteo. En la primera parada de una jornada larga.

Como largos se le hicieron a Soler los últimos siete kilómetros de etapa. Y eso que ya eran en bajada. El ciclista catalán despertó a todos los que se acercaron a Gran Vía cuando, en el segundo paso por la cima de El Vivero, adelantó a Jake Stewart (Groupama) para colocarse como líder de la jornada. Entonces los aficionados empatizaron con el sufrimiento de Soler. Somatizaron tanto el esfuerzo del corredor que hasta comenzaron a dolerles las piernas. Como si llevaran bailoteando desde el txupinazo. Los treinta grados que marcaba el termómetro combustionaron a 200 metros de meta y los cientos de personas que seguían el transcurrir del ciclista del UAE por la pantalla gigante colocada al corte con la Alameda Doctor Areilza se agolparon en ambos márgenes de la calzada. Como un pasillo de fervientes aficionados que contaban los segundos que le quedaban a la etapa. Cada pedalada que le restaba a Soler para ganar. Algunos miraron al cielo, clamando a los nimbos un poco de paciencia. Un par de minutos de tregua antes de la esperada lluvia.

En cuanto la bicicleta del catalán pisó el Puente Euskalduna, el ruido asustó a las gaviotas que auguraban la tormenta. Las vallas de seguridad para el sprint final -sprint que no hubo- se convirtieron en el bombo perfecto para anunciar la llegada del ganador. Una percusión rítmica y acompasada que según Soler cruzó la meta se transformó en petardazos. Como una mascletá, pero a la bilbaina. Como fuegos artificiales, pero de los de fuera de concurso. Así sintió Bilbao el triunfo del catalán. Enfervorecido justo cuando sus fiestas llegan a su ecuador.

Marea naranja

De esta forma, con la Semana Grande a la mitad, el botxo añadió a su pañuelo azul una camiseta naranja. El color característico del Euskaltel-Euskadi tiñó Ondarroa, Galdakao, El Vivero y la Gran Vía. Bizkaia entera. No fue la etapa soñada por el conjunto vasco, pero a la afición poco le importó. Así que los decibelios, ya de por sí altos, aumentaron al paso de Mikel Bizkarra, Mikel Iturria y compañía. Unos chavales de la casa que mañana tendrán la oportunidad de darse otro baño de masas en la sexta etapa de La Vuelta. Esa que saldrá a las 12.20 horas de San Mamés. Mañana, la Catedral del fútbol será el templo del ciclismo y, por una vez más, pero solo una, Marijaia se hará a un lado para ceder su protagonismos a los corredores. Entonces, la rubia de trapo, siempre orgullosa y presumida, agradecerá a Pichichi, Lejarreta y todos los dioses que el Tour, ese que llegará a Bilbao el año que viene, tenga la costumbre de celebrarse en julio.

2022-08-25T19:20:23+02:00
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