Si alguien quiere aproximarse al punto de perversión al que nos ha llevado la gresca sobre la llamada ley del "sólo sí es sí"  no tiene más que escuchar al siniestro abogado de La Manada presumiendo de no haber querido ser el más tempranero en aprovecharse de los agujeros de la norma.

Vino a decir, primero en Onda Vasca y luego en otros medios, que prefirió ceder el gol de las rebajas a otros, y sólo sumarse cuando la cola de peticiones y consecuciones de tales rebajas de pena estaba nutrida.

En el colmo del recochineo y el rostro de alabastro, el picapleitos Martínez Becerra también se jactó de hacernos precio de amigo porque, en lugar de pedir la revisión para todos los violadores de su cuadra leguleya, sólo lo hará para uno.

El gran insulto, que a la vez es la gran enseñanza de todo este dislate, es ver cómo una ley que tuvo su origen en la agresión de los depredadores sevillanos ha acabado regalando momentos de gloria a sus perpetradores, y ojo que no vayamos a comernos la reducción de pena a uno de ellos.

Lo tremendo es que en este desfile de sentencias revisadas en favor de los violadores, el ministerio del que salió la ley, con Caballo de Troya incorporado, siga negando la evidencia de que se haya hecho casi literalmente un pan con unas hostias.

Culpa compartida, por cierto, con el Gobierno que la dio curso y, ay, con los grupos políticos que la sacaron adelante entre las buenas intenciones, y el tembleque de rodillas ante la posibilidad de ser señalados como cómplices del heteropatriarcado.

Ahora que se ha demostrado que no se puede pasar de la pancarta al Código Penal, toca rectificar. Pero ya.