Polideportivo

De Van Aert a Pogacar, a lo loco se vive mejor

El esloveno, explosivo en el final entre los mejores, resuelve y se viste de amarillo en el Tour tras la exhibición del belga
Pogacar festeja la victoria que le da el amarillo.
Pogacar festeja la victoria que le da el amarillo.

Van Aert y Pogacar. Los ciclistas. Confluyen en el belga, el líder que dejó de serlo, y en el esloveno, el líder que lo es, el patrón del Tour, lo que desean los aficionados y lo que añoran tantos compañeros de profesión, a los que no les alcanza frente al virtuosismo de dos ciclistas totales. Honran al ciclismo ambos, que son el ciclismo en estado puro. Pintados de amarillo y blanco hasta que se intercambiaron los papeles. Pogacar heredó el liderato de Van Aert. El belga dejó el amarillo que recogió el esloveno. El líder como epítome de campeón. El muchacho con un manual de estilo superlativo. Desmedido. Capaz de todo. El tipo carismático que llega a una reunión y todo el mundo se gira por su presencia sin necesidad de que se exprese.

Pogacar, el querubín esloveno, con su mechón juguetón asomándole por el casco, ofreció otro recital desde su catálogo, donde están todas las respuestas. Tumbó a sus rivales en un final duro tras un día alocado y bello por los Vosgos. El esloveno lidera el Tour. Lo gobierna. Comienza la dictadura. La era Pogacar continúa. El linaje de la victoria. Aventaja en 31 segundos a Vingegaard, en 39 a Yates, en 46 a Thomas, en 52 a Vlasov, que salvó el día, y en un minuto a Daniel Martínez. Aún no se ha subido ni un puerto en la carrera francesa y Pogacar está en la cima. Mira a todos por encima del hombro. Fijó las posiciones en la crono de Copenhague, disfrutó entre los adoquines y venció en Longwy tras la jornada más larga del Tour, la que elevó al altar a Van Aert.

Van Aert y Pogacar comparten el modo de ver el ciclismo, su pasión. Tipos sentimentales, temperamentales. Fuerzas de la naturaleza a las que les impulsa la valentía. Siempre están dispuestos para el rock&roll y el espectáculo. Inquietos, repudian el conservadurismo. Se alejan de los tonos grises que a tantos ata el discurso de la prudencia y la cautela. Fotogénicos en cualquier radiografía, al belga y al esloveno les molesta el cálculo y las poses de rigurosos contables con tirantes y un lápiz sobre la oreja. Son unos vividores. Les gusta derrochar. Un regalo para los espectadores. Un suplicio para los rivales. No se rinde Van Aert, que odia el aburrimiento, y no descansa Pogacar.

TREMENDO VAN AERT

Roglic dice del belga que es mitad motor, mitad humano. También que está loco. Los genios lo son. Mayordomo extraordinario, socorrista y el mejor ayuda de cámara posible para sus líderes, su comportamiento en los adoquines, donde rescató a Vingegaard de una derrota absoluta, enmarca su capacidad para el trabajo en beneficio ajeno. Van Aert no concede tiempos muertos. Es competitivo al extremo. Un loco maravilloso que la emprendió a golpes en los Vosgos. Atacó con furia hasta que se largó. Solo Simmons y Fuglsang se juntaron con el Quijote belga. Van Aert se apresuró en una jornada que despertó alterada. Frenética a pesar de los 220 kilómetros. Metió el belga el Tour en el petate y se lo llevó a cuestas. Caminante no hay camino. El resto lo hace Van Aert, una tuneladora.

UNA NUEVA CARRERA

Por detrás tuvieron que aliarse varios equipos para desgastar al belga, cuyo ritmo de martillo pilón hizo desistir a Fuglsang. Simmons era un ecce homo en la rueda de Van Aert. El belga acabó con el norteamericano, que tampoco pudo sostenerse a su sombra. Solo contra el mundo. No le importó. Le estimula. De algún modo, Van Aert solo dio continuidad a su exhibición camino de Arenberg. Jamás se traiciona. En Chimay, de salida, saludó a Eddy Merckx, el campeón superlativo. El Caníbal como inspiración. También sirve de espejo para Pogacar, su sucesor. Devoró Van Aert kilómetros y barrió a Jakobsen, Ewan, Van der Poel o Mads Pedersen. Se ganó el respeto y la admiración de todos. Grandioso. Cuando los favoritos de París, que es realmente uno, miraron a las rentas de la complicada llegada, Van Aert sabía que estaba liquidado. Al líder, pura pasión, le echaron el lazo. Chapeau. Se inmoló el belga. Cabeza alta. Uno elige cómo vivir y cómo perecer. Eso es ser libre.

El ocaso de Van Aert convergió con el amanecer de una alocada carrera en busca de la última cota. En ese manojo de nervios, Vlasov se fue al suelo. Mas, se enganchó. Perdieron conexión para encarar la Côte de Pulventeux, corta pero dura. Vuillermoz botó sobre sus muelles. Quería la victoria. Pogacar amenazó. Amagó. Avisó. Vingegaard, Yates, Pidcock, Thomas, Martínez, Gaudu, Roglic y Quintana no le quitaron ojo. Reunión. Mas entró otra vez en el juego. También Vlasov, que salvó el gaznate. Majka y McNulty eran los porteadores de Pogacar. Un final de clásica. Al esloveno, dominador, intimidante, todo le da igual. Está por encima del resto. En otra dimensión.

RECITAL DE POGACAR

El campeón ejecutó otra actuación memorable. Nada se le resiste. Gana en cualquier escenario. Después de levitar sobre los adoquines, voló en un final exigente, con todos los patricios hombro con hombro. Roglic aceleró de lejos. Pogacar bizqueó. Detectó a su compatriota, el sonido de su turbina. Era el momento. No esperó más el prodigio. Tadej The Kid. Se tachonó a su rueda y arrancó con la electricidad de un rayo. Tronó. La tormenta perfecta. Hombros cargados hacia delante, redoble de pedales. Nadie tiene ese punch.

Esa pegada descomunal de peso pesado. Ligero de piernas. Baila como una mariposa, pica como una abeja. Ali. K.O. Cuando giró el cuello, la nada, y después, Matthews y Gaudu. Los otros favoritos se resignaron. Solo les quedó aplaudir. Conviven con un ciclista descomunal que corre contra la historia, el único relato que puede medirle. Pogacar, desatado, desencadenado, festejó con énfasis el triunfo que le viste de su color, el amarillo. París está más cerca. De Van Aert a Pogacar. A lo loco se vive mejor.

2022-07-08T15:31:04+02:00
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