Por Jon Arraibi (Director de Café con Patas):
La clonación de animales ha saltado del terreno científico a la esfera pública con gran fuerza. Celebridades como Bárbara Streisand, Javier Milei o Tom Brady han encabezado titulares por traer de vuelta a sus perros mediante técnicas biotecnológicas que replican su ADN. Sin embargo, detrás de lo mediático se esconde una realidad que poco tiene que ver con el amor eterno.
El negocio de la clonación de perros alcanzó los 300 millones de dólares en 2024. Este fenómeno trasciende la ciencia y refleja una sociedad cada vez más alejada de la importancia de afrontar el dolor. Desde el punto de vista psicológico, la clonación es una trampa, una mentira: una forma de evitar lo que, en realidad, no se puede evitar. Quien pierde a un animal querido atraviesa un duelo profundo y legítimo.
Los vínculos que se crean no se sostienen únicamente en la genética, sino en las experiencias compartidas, en años de convivencia, acompañamiento mutuo y aprendizajes afectivos. Nada de esto puede replicarse en un laboratorio. Una copia genética jamás garantizará la misma identidad ni el mismo comportamiento del animal original. Nuestra vida y la de nuestros perros es mucho más que un conjunto azaroso de genes, porque el amor y el vínculo no crecen a partir de un patrón genético, sino de una historia de vida irrepetible.
Más allá de los aspectos emocionales, la clonación presenta una tasa de éxito extremadamente baja. Menos del 2 % de los embriones implantados termina en un animal vivo, lo que implica innumerables embriones y animales que sufren procedimientos invasivos, crueles e innecesarios. Además, estos procesos requieren madres sustitutas, a menudo mantenidas específicamente para este fin, sometidas a embarazos, tratamientos hormonales y partos múltiples que, aunque se presenten como respetuosos, plantean serias dudas sobre la objetualización de los animales.
Las empresas de clonación apelan al vínculo afectivo: "Quise tanto a mi perro que voy a pagar por su clon". Sin embargo, este discurso reproduce una lógica de mercado que capitaliza el dolor del duelo y transforma el afecto en algo replicable, convirtiéndolo en un producto de lujo inaccesible para la mayoría y moralmente cuestionable.
Por último, cabe preguntarse cuántos recursos se están dejando de invertir en necesidades mucho más urgentes del bienestar animal, como la adopción responsable, la reducción del abandono o la mejora de la calidad de vida de millones de perros y gatos que aún están entre nosotros, pero no cuentan con un hogar ni con condiciones de vida mínimamente dignas.
La clonación puede replicar células, pero nunca emociones ni memorias, y mucho menos respetar el valor intrínseco de cada animal como individuo único e irrepetible.