Cultura

Benjamín Prado: “Perón, lejos de ser un libertador, era un fascista de primera”

El escritor recaló ayer en Bilbao para presentar ‘El anillo del general’, el séptimo caso al que se tiene que enfrentar el exitoso detective Juan Urbano
Benjamín Prado
Benjamín Prado / Pankra Nieto

Cuenta Benjamín Prado (Madrid, 1961) que durante dos décadas residió a escasos metros del escenario de rituales de magia negra, reuniones de nazis, masones y falangistas descontentos con Franco –los Camisas Azules, más fascistas que el propio caudillo–. “Lo mejor de cada casa”, dice con sorna el escritor. Todos ellos se dieron cita durante un tiempo en la casa del dictador argentino, Juan Domingo Perón, en el Estado, donde también vivía la momia de su primera esposa, la eterna Evita. Este es uno de los muchos escenarios en los que recala el inspector Juan Urbano en El anillo del general (Alfaguara, 2024), la séptima entrega de la saga centrada en las peripecias de este peculiar personaje, siempre a caballo entre la docencia y la investigación. Ahora busca a El Electricista, un sádico torturador a sueldo del régimen del Generalísimo.

¿Se puede sentir piedad por quien ha sido un monstruo? Ese es el dilema que plantea a sus lectores. Dígame, ¿se puede?

—No lo sé. Si hubiera sabido la respuesta la novela no existiría, porque a mí me gusta escribir libros que, aparte de cumplir su misión primera, entretener, enseñen algo a sus lectoras y lectores. En ese camino yo también aprendo mucho. Esta pregunta me vino a la mente viendo imágenes de personas como el torturador Billy el niño, ya muy mayor, cuando lo descubren y lo persiguen por la calle, y de otro de los matones que sale en esta novela, Rodolfo Almirón, uno de los creadores de la Triple A Argentina, a quien detuvieron en Valencia siendo ya anciano, estando enfermo, vestido con un chándal viejo…

La vejez enternece.

—Joder, casi es imposible no sentir un gramo de piedad por esta gente. Aunque han sido unos monstruos, ahora dan pena. Pensé que esa duda merecía una reflexión y que el lugar para la cavilación tenía que ser una novela de Juan Urbano.

Este es su séptimo caso.

—Parece mentira, pero sí. Cuando empecé con Mala gente que camina lo primero que me dije fue: “Tú eres un bocazas. ¿Por qué dices que van a ser 10 novelas? ¡Podrías haber dicho que van a ser seis!”. Ahora sale la séptima y veo la cuesta abajo. Con ayuda de la editorial, me he autoimpuesto la disciplina de sacar una cada dos años, porque si saco una cada cuatro, como antes, va a ser muy difícil. Y es que escribir una novela también es un trabajo físico, no me veo afrontando una de 400 páginas con 80 años.

Ahora le lleva hasta la casa de Perón en España en sus pesquisas para encontrar a ‘El Electricista’, uno de los más sanguinarios torturadores del régimen. ¿Por qué recala Urbano en este lugar? ¿Puede que las relaciones existentes entre el argentino y el español tengan algo que ver en este alto en el camino?

—Tienen todo que ver, porque en realidad esta es la historia de dos edificios: la casa de Perón en Puertollano, de la que yo fui vecino durante 20 años, y del de la Puerta del Sol. Siempre que pasaba por Puertollano veía a muchas argentinas y argentinos haciéndose fotos. Esta es la casa donde Perón estuvo muchos años, donde fue humillado por Franco, que jamás lo recibió. Solo lo vio una vez, cuando fue a despedirle al aeropuerto. Aquí estuvo el cadáver momificado de Evita, con el que se supone que hacían rituales mágicos.

¡Qué me dice!

—Sí, tumbaban a la tercera esposa del general, Isabelita, cabeza con cabeza con la momia para transmitirle su aura. Aquí se juntaba lo mejor de cada casa. Perón, lejos de ser un libertador, era un fascista de primera, admirador de Mussolini y contrario a los Juicios de Nuremberg.

¿Y la Puerta del Sol?

—Durante el franquismo, la parte de arriba era el reloj, las campanadas, la Nochevieja, la fiesta… Y la parte de abajo alojaba las mazmorras terribles donde se torturaba y violaba. En estas novelas hay que juntar realidad y ficción para intentar llegar al terreno de lo verosímil.

Explíquese.

—Por ejemplo, sabemos que en las mazmorras de la Puerta del Sol se llevaba a los padres de los muchachos que iban a torturar para que presenciaran los martillazos en los dedos y las descargas eléctricas. Querían que los chavales cantasen cuanto antes. Esa es la realidad. El invento: ¿Es muy descabellado pensar que uno de esos torturadores, en este caso el ficticio Muñecas Quintana, El Electricista, además aprovechara la circunstancia para extorsionarlos?

En ese sentido, ¿utiliza la ficción como pretexto para denunciar los abusos cometidos por el franquismo y el peronismo?

—Y viceversa, también utilizo la historia para poder escribir una novela que espero que sea entretenida. Cuando empecé la serie de Juan Urbano lo primero que dije fue que esta iba a hablar de una serie de episodios proscritos, tachados y olvidados sobre los que se ha echado tierra encima y no se quiere hablar.

Y habla de todo ello cuando hay voces en Castilla y Aragón que no quieren recordar.

—Y con un cinismo verdaderamente estremecedor que consiste en llamar al silencio Leyes de la Concordia. La historia puede ir más deprisa o más despacio, pero la que no se para nunca es la biología. Y cuando la justicia llega tan tarde, los torturadores están ya enterrados o están en un estado de decrepitud tan tremendo que da origen a la pregunta de la novela: ¿Puede alguien sentir piedad por quien ha sido un monstruo?

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2024-05-18T05:00:03+02:00
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