El tren no pasa dos veces en la vida. O quizás sí. Solo hay que abrir los ojos y buscar el momento para subirse. Fernando Gómez, de 59 años, conserva un recuerdo del primer fogonazo: era estudiante en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Donostia y estaba sentado en un banco, “repasando los apuntes” antes de un examen.
Levantó la cabeza y vio en la pared un anuncio de Arquitectura Sin Fronteras en el que se animaba a la gente a que participara de manera voluntaria en la ONG. Le llamó la atención, se mostró interesado, pero no dio el paso. “Se me quedó la espinita clavada”, afirma.
Pasaron muchos años desde que aquella hoja informativa colgada en la pared del campus de la UPV-EHU despertó su curiosidad y decidió pasar por fin a la acción en 2023. Fernando, que además de arquitecto técnico es profesor y vive a caballo entre Bizkaia y Navarra, no acierta a precisar el tiempo exacto transcurrido. ¿Quince, veinte años?
El caso es que desde hacía un tiempo había relajado sus exigencias laborales y se encontró con una flexibilidad horaria que le permitía implicarse en un voluntariado. “Los arquitectos siempre estamos trabajando en red y conocí a uno que había colaborado con esta ONG y me contó su experiencia. Había llegado el momento”, explica.
Fernando es voluntario, y también socio, lo que quiere decir que aporta una “módica” contribución económica a la entidad. En total, aproximadamente 20 personas forman parte de ASF Euskadi-Mugarik Gabeko Arkitektura, que cuenta con sendas sedes físicas en Bilbao y Donostia. Él no tiene una tarea específica ni ocupa un puesto determinado, sino que parece más bien que funciona como un comodín o un voluntario polivalente. “Es una tarea versátil en la que estoy dispuesto a colaborar en lo que surja: hacer planos, memorias técnicas… El abanico es muy amplio”.
Fernando Gómez colabora desinteresadamente con ASF desde hace dos años.
Alicante: un encuentro fructífero
A principios de noviembre participó en el encuentro anual estatal de ASF en Alicante como representante de la coordinadora vasca. Fue un intercambio de ideas “rico e interesante” para encontrarse y hacer puesta en común.
Básicamente, allí se abordaron dos grandes temas: el modelo de voluntariado dentro de la organización y una cuestión tan en boga como el compromiso de la entidad “con el derecho humano de una vivienda digna. Nos sentimos en la necesidad de alzar nuestra voz frente a una realidad que es insostenible para cientos de miles de personas en el Estado”. Fernando añade un dato interesante sobre la realidad de este drama: “El problema del derecho de la vivienda en el Estado es bastante más global de lo que pensamos, aunque esté muy localizado en nuestros pueblos o ciudades”.
Constituida en 1992, la ONG Arquitectura Sin Fronteras está presente actualmente en más de una decena de países de todo el mundo, en el que lleva a cabo “proyectos que promueven el desarrollo humano equitativo y sostenible, a través de la mejora de la habitabilidad y la defensa del derecho de las personas a tener un hábitat digno”.
Asimismo, aunque en menor medida, realizan acciones a nivel local en colaboración con otras organizaciones. “Más bien trámites burocráticos o pequeñas obras, trabajos más puntuales. Nuestra agenda lo marcan principalmente los proyectos internacionales que requieren un mayor tiempo”, apunta.
En estos momentos, la coordinadora vasca trabaja, por una parte, en un proyecto educativo en la Escuela Secundaria de Muele, en el municipio de Inhambane (Mozambique), donde se busca impulsar la educación inclusiva a personas con discapacidad visual. Otro de los ejes de trabajo se ubica en una zona cercana a Chiapas, en México, donde el propio Fernando tiene una implicación más directa en un proyecto en el que “el derecho habitacional está siendo vulnerado”.
Según explica, no se trata solo de la construcción de un espacio físico, sino que “abarca muchos otros conceptos que se intentan trabajar siempre de forma transversal”. Escuchándole, está claro que la arquitectura y la manera en que construimos el entorno nos afectan irremediablemente. Todo esto tiene que ver con la comunidad, con nuestra manera de relacionarnos con los demás. “Por eso es tan importante”, concluye Fernando.
El equipo de Mugarik Gabeko Arkitektura trabaja principalmente en proyectos de cooperación internacional.
Repensando lo que es el voluntariado
Suele ser ya muy habitual, casi un lugar común, comentar que el voluntariado tradicional no pasa por su mejor momento y que falta relevo generacional, con las nuevas tecnologías y las redes sociales sombreando el panorama. Este veterano voluntario concede, en parte, que ayudar al prójimo no está de moda en una época marcada por la inmediatez y la búsqueda de resultados instantáneos a golpe de clic.
Sin embargo, en Alicante, Fernando se llevó una sorpresa al ver a gran cantidad de gente joven comprometida con unos ideales por un mundo más justo. “Yo era de los más veteranos. Parece que los jóvenes no se implican, pero luego ves que a un nivel más concreto sí lo hacen”. Apuesta por cambiar de paradigma, repensar el voluntariado en el siglo XXI: “Habrá que flexibilizar los tipos de voluntariado y adecuarse a los nuevos tiempos, incorporando, por qué no, la tecnología y la colaboración a distancia. El voluntariado tal como lo hemos entendido tiene que cambiar y evolucionar”, afirma.
Fernando se llevó una sorpresa al ver a gran cantidad de gente joven comprometida.
El quid del derecho al hábitat
El derecho al hábitat es un concepto repetido, como un mantra o una oración, en todos los documentos de ASF. En el plan estratégico 2022-2026 de la ONG se habla constantemente de este derecho, “que atiende y se nutre de múltiples disciplinas puestas al servicio de las personas y de las comunidades”.
Fernando Gómez afirma que el derecho al hábitat “es complejo y multidimensional. Muchas veces se ha dicho, y con toda lógica, que las comunidades se crean a partir de la vivienda; pero ahora estamos viendo cómo también se pueden destruir las comunidades por las políticas de vivienda”, alerta. El arquitecto y voluntario apunta directamente a las consecuencias que el turismo masivo está teniendo en nuestras vidas. “Lo vemos ahora todos los días en los cascos viejos de nuestras ciudades, por ejemplo. Ahí se produce una crisis de la comunidad; la vida en sociedad se está destruyendo”, concluye.