En algún punto entre un laboratorio de neurobiología y un remoto cruce de caminos, Robert Sastre encontró su verdadera vocación. Biólogo genetista de formación, documentalista nómada por determinación, se ha convertido en el alma del proyecto "Viajeros Perrunos", una travesía que redefine no solo la forma de viajar, sino la manera de mirar la relación entre humanos y perros en diferentes culturas del planeta.

Hoy, acompañado por sus inseparables compañeras caninas, recorre el norte de Uganda, en una expedición que ya suma dos años de recorrido por el continente africano.

Desde Café con Patas, hemos querido acompañarle brevemente en su inmenso viaje.

De la ciencia a los caminos del mundo

El viaje de Sastre empezó como empiezan las grandes historias: sin plan de convertirse en tal. Apasionado de la neurobiología y la genética, soñaba con una carrera dedicada a la investigación. Una beca de estudios lo llevó hasta Brasil, y, tras finalizar su especialidad, decidió regalarse unos meses -o un año- sabático por Sudamérica. Pero la Amazonía, los Andes y la inmensidad del continente le abrieron una puerta que ya no quiso cerrar.

Varios años después, aquel recorrido aún no ha terminado. Su brújula profesional cambió de dirección: dejó atrás la bata de laboratorio y abrazó la documentación antropológica y antrozoológica, centrando su trabajo en estudiar cómo interactúan los humanos y los perros alrededor del mundo. Su particular laboratorio pasó a ser la carretera, los pueblos remotos, las historias anónimas y los vínculos invisibles.

Rober Sastre con sus inseparables Cocaí y Chai

Cocaí y Chai: compañeras, motor y sentido del viaje

Si Sastre continúa viajando, es por Cocaí y por Chai, las protagonistas que le dieron peso, emoción y destino a su vida itinerante.

Cocaí, la primera en llegar, apareció en Bolivia, escondida entre unos cartones y al borde de la muerte. Por entonces, Sastre recorría Sudamérica haciendo autostop y jamás pensó que viajar con un perro sin coche propio sería posible. Pero adoptó a Cocaí a pesar de su frágil estado, y contra todo pronóstico, once años y medio después continúa a su lado, convertida en su soporte emocional más profundo.

Chai, por su parte, llegó cinco años y medio más tarde, encontrada como cachorra en Rajastán (India). El plan original era que la adoptara el hermano de Sastre, pero la pandemia los obligó a quedarse un año y medio atrapados en India. Ese tiempo forjó un vínculo que ninguna distancia puede romper. Chai se unió al equipo, y desde entonces forman un trío inseparable.

Solo en África calculan haber recorrido más de 40.000 kilómetros, aunque él ya perdió la cuenta hace tiempo.

Un mundo, muchas culturas caninas

Los 3 protagonistas de nuestra charla en Café con Patas

A lo largo de sus viajes por Asia, América y África, Sastre ha documentado una inmensa variedad de relaciones entre las poblaciones humanas y los perros.

En Asia, se sorprendió de la protección hacia los perros en Turquía, donde existen programas de vacunación y esterilización, y donde incluso vio a vecinos comprar pienso para alimentar a los callejeros. En Irán, pese a que la ley prohíbe tener perros como mascotas, la ciudadanía muestra una curiosidad y un cariño inesperados hacia ellos. En India, país con más perros callejeros del mundo, conviven la miseria y la devoción: desde animales en situaciones críticas hasta perros venerados en templos.

África, confiesa, está siendo la etapa más dura. Los perros allí suelen ocupar "un quinto plano", vistos como animales funcionales y no afectivos. Más de una vez le han preguntado cuánto pide por sus perras. Y ha encontrado prácticas que lo remueven profundamente, como el consumo de carne de perro ligado a creencias animistas sobre la potencia sexual o la energía vital.

Pero Sastre no juzga sin mirarse primero a sí mismo. Señala que, mientras Europa critica, mantiene prácticas como la tauromaquia o la caza recreativa: "a estas alturas, incomprensibles y vergonzosas".

Cuando la vida pende de un hilo

En un viaje tan largo como impredecible, también hay episodios que dejan cicatrices. El peor sucedió en Pakistán, uno de sus países favoritos. Cocaí, su eterna compañera, se desplomó sin poder caminar. El diagnóstico fue devastador: bazo roto y hemorragia interna. Sastre tomó un taxi durante once horas rumbo a Karachi, sosteniendo a Cocaí conectada a un suero. Allí, lo que pudo ser un final trágico se convirtió en un acto de amor indescriptible: Chai salvó la vida de Cocaí donándole sangre, siendo la única posible donante en aquel momento. La operación fue un éxito. Cocaí sobrevivió.

Comunicar para transformar

Sastre vuelca sus experiencias en sus redes sociales -su cuenta de Instagram, Viajeros Perrunos, se ha convertido en un archivo vivo de realidades caninas del mundo-, pero su formato preferido sigue siendo el blog y el libro. Sus obras funcionan como cuadernos de viaje repletos de historias de personas, comunidades y perros, siempre con el foco puesto en visibilizar problemáticas y proyectos locales.

Títulos como "El Pekín Express Canino" buscan iluminar la labor de refugios y asociaciones que luchan por el bienestar animal, especialmente en regiones donde aún queda un largo camino por recorrer.

Tras tantos años en ruta, Sastre admite que los paisajes ya no son lo más importante. Lo esencial, dice, está en la gente: en las manos que ayudan, en las miradas curiosas, en los gestos mínimos. Y, por supuesto, en Cocaí y Chai, las dos vidas que cambiaron la suya para siempre.