La vida reciente de Encarni Cencilio Matamoros (Andoain, 75 años) está llena de anécdotas jugosas. De caminos que empezaron a cruzarse con otras personas de una manera insospechada. Esta mujer que trabajó como auxiliar de geriatría en el centro Birmingham de Matia Fundazioa, en el barrio de Aiete de Donostia, hasta que se lesionó la espalda y tuvo que pedir la jubilación anticipada, recibió en 2017 una carta del ayuntamiento en su domicilio de Lasarte-Oria.
Aquella misiva le informaba sobre la creación de una fundación llamada Adinkide-Grandes Amigos, que acompaña a las personas mayores en riesgo o situación de soledad y pretende mejorar su bienestar. No entendía por qué se dirigían a ella. No se encontraba sola. Tiene hijos, nietos, amigas, una red de apoyo tupida que cumple sus expectativas sociales y está más que satisfecha.
Encarni habla claro, de manera resuelta. Explica que se reunió entonces con la actual responsable de desarrollo social de la ONG, Leire García Roldán, para sacarle de dudas. ¿Por qué le habían enviado una carta? A ella, que, precisamente, estaba arropada por su núcleo familiar y de amistades. Charlaron un rato, se llevaron bien, vieron cómo podían colaborar. Si Encarni no necesitaba ampliar su círculo social, tal vez le interesaría echar una mano y convertirse en la primera voluntaria de la historia de Adinkide. Y así fue. Aquel encuentro cristalizó en una sólida alianza que ocho años después sigue intacta.
Lo primero fue dar a conocer la iniciativa, salir a pegar carteles en lugares clave, visitar farmacias, residencias, hospitales… Luego Encarni empezó a participar en el programa de acompañamiento presencial de la fundación, en la que, durante dos horas semanales los voluntarios quedan con ciudadanos mayores que sufren soledad “para disfrutar de una buena conversación, compartir un café, dar un paseo… Poco a poco surge un vínculo afectivo donde la amistad y la confianza hacen olvidar la diferencia de edad”.
La primera quedada fue con Josefa (“una persona de origen gallego, muy maja”), con quien conectó enseguida, básicamente, escuchando sus historias en su domicilio, también en Lasarte-Oria, hasta que la enviaron a una residencia.
Encarni Cencilio lleva ocho años siendo voluntaria de Adinkide.
“Dábamos algún paseo, pero lo que más quería era hablar”, cuenta. Una noche, Josefa no podía dormir y apuntó en una libreta varios refranes típicos de su tierra para luego poder comentárselos a su nueva amiga del pueblo. “Dos horas a la semana pueden resultar muy poco tiempo, pero parece mentira la de cosas que se pueden llegar a compartir”, asegura Encarni.
Buenas migas
En su labor como voluntaria, también hizo muy buenas migas con una señora del barrio donostiarra del Antiguo, “muy fina y elegante”, que superaba la barrera de los 90 años. Recuerda ir de tiendas a comprar ropa con ella y cuando, al acompañarla a su portal al final de la cita, en la calle Escolta Real, le agradecía de corazón el tiempo que habían pasado juntas.
“Me daba las gracias y se despedía hasta la semana siguiente. ¡Me entraban ganas de llorar de la emoción!”. Otra veces se quedaban en casa jugando a juegos de mesa, con una dinámica tan sencilla como adictiva. Pasaban grandes ratos juntas. “Era muy buena jugadora de parchís. Había veces que me dolía la muñeca de darle tanto al cubilete”, rememora Encarni.
La sintonía personal, cimentada durante años, llegó incluso hasta el punto de que pasaron juntas un fin de semana en un hotel de Santurtzi junto a la familia de esta elegante señora del Antiguo. “Es precioso ser voluntaria. Además, a mí me encanta estar con personas mayores”, reconoce Encarni. Aunque ha bajado un poco el pistón en los últimos años, sigue estando muy implicada en las actividades que realiza Adinkide.
Además de los acompañamientos, tanto en domicilios, residencias como en salidas puntuales para ir al médico o acudir al banco o a la administración, la ONG también monta planes culturales y de ocio en grupos más amplios con voluntarios y mayores. Y, casi siempre, en todas las salsas suele estar Encarni para hacer compañía y sumar. “Participo en lo que puedo”, culmina.
Planes contra la soledad
Comida de Navidad, conciertos, un espectáculo en el circo, un cafecito después del verano, una película en el Zinemaldia… Con el objetivo de promover todo tipo de planes y encuentros para prevenir la soledad no deseada de las personas mayores, la fundación opera actualmente en más de media docena de municipios guipuzcoanos: Donostia, Ibarra, Pasaia, Lasarte-Oria, Urretxu, Irun, Tolosa y Azpeitia.
Tras el parón forzoso de la pandemia del coronavirus (“nos dejó a todas tocadas”, se lamenta Encarni Cencilio), donde solo pudo llevarse a cabo el acompañamiento telefónico “para tener una voz amiga con la que charlar”, funciona a pleno rendimiento. En su cuenta de Instagram (@adinkide) muestran con regularidad las actividades que ponen en marcha. Mientras, en la web adinkide.org te puedes unir a la “comunidad contra la soledad”, aportando una donación económica o participando en sus programas de voluntariado.
“Parece mentira la de cosas que se pueden llegar a compartir en dos horas”, destaca Encarni Cencilio.
“El hándicap” de las redes sociales
Aunque suele afirmarse que el voluntariado tradicional no pasa por su mejor momento por la falta de relevo generacional, Encarni sí observa con optimismo el futuro. A su juicio, “mucha gente joven está entrando a colaborar” desinteresadamente con la ONG para pasar así tiempo con las personas mayores que se sienten solas.
La veterana voluntaria sí ve a su alrededor una juventud movilizada y comprometida. Adinkide, recuerda, se presenta con éxito en el campus de la UPV/EHU de Donostia para difundir ahí sus campañas de sensibilización. Hay un hándicap, eso sí: las redes sociales y las nuevas tecnologías, que está aumentando “el proceso de individualización de las personas” y que, en lugar de acercar y unir, reduce los espacios compartidos y dinamita los espacios colectivos. Ya lo decía el sociólogo Zygmunt Bauman: “la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización”.